"Debemos replantearnos nuestras nociones de identidad y secreto. (...) Cada byte que se deja atrás revela información de localización, hábitos y, por extrapolación, intención y posible comportamiento. Los datos que se pueden recolectar son virtualmente ilimitados". Seguro que a David Petraeus no le hace hoy ninguna gracia, pero incluso el director de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA) que el viernes pasado dimitió por el escándalo de un romance extramatrimonial debe reconocer la ironía de que fuera él quien pronunciase esas palabras.
Lo hizo en marzo, cuando daba una charla a In-Q-Tel, un grupo creado en 1999 con la misión de "construir un puente entre la CIA y una nueva serie de innovadores tecnológicos". Para entonces ya vivía la relación adúltera con Paula Broadwell, su biógrafa. Y hablaba de la "absoluta transparencia del mundo digital" y alababa el trabajo tecnológico que ayuda a ser "diabólicamente inteligente" a la CIA, posiblemente sin pensar que esa transparencia e inteligencia diabólica se volverían contra él mismo.
Fuenhte. DIARIO EL PERIODICO DE ESPAÑA
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