Lidiar con los Kim es todo un acertijo. Salvo que ahora han traspasado
líneas que –se suponían– marcaban un límite a las amenazas y los
caldeados ánimos, que se aplacaban con el envío de millones de barriles
de petróleo y alimentos –principalmente arroz–, para abastecer a una
población sometida diariamente a la idea de que “viven en guerra” y que
tiene graves carencias, las que se hacen evidente con las sequías e
inundaciones.
El clan de los Kim se ha dado espacios en el férreo control que
ejercen en Corea del Norte, para aplicar una dura receta al mundo: chantajear sobre la base de un arsenal nuclear y la capacidad de sus fuerzas armadas de encender las llamas de una guerra, que se podría extender más allá de la península coreana.
El tercero de la dinastía Kim alcanzó el poder ante la repentina
muerte de su padre y, de una manera muy veloz, fue elevado –con sus 27
años– a todos los altos cargos de la jerarquía que gobierna en el
Partido de los Trabajadores (Secretario General; Presidente de la
poderosa Comisión Nacional de Defensa; Comandante Supremo del Ejército
Popular; líder supremo de la República), dejando todo en sus manos. Y
eso es lo que, precisamente, explica la actual situación que se vive.
Kim Jong-Un hizo su debut desafiante al probar los misiles que están
esperando lograr el grado de sofisticación necesaria para alcanzar los
objetivos previstos. Muchos expertos tienen dudas razonables
sobre la real capacidad de estos objetos, como lo evidenció la reacción
internacional inmediata, que siguió a un ritual de aplicación de sanciones en la ONU, donde China se había mostrado renuente a ellas. En
enero, una prueba nuclear fue hecha para demostrar que el escenario era
diferente, y ya el Consejo de Seguridad de la ONU se quedó sin margen
de acción para tolerar este tipo de acciones, y se aprobó una
dura resolución –la más contundente– con sanciones al régimen de
Pyongyang. Lejos de intimidarse, Jong-Un redobló la apuesta y eliminó
los instrumentos jurídicos, como los acuerdos de no agresión mutua, el
armisticio de 1953 lo dejó sin validez y la mismísima línea telefónica
con el resto del mundo, de modo de que técnicamente se sigue en guerra,
ya que jamás mostraron interés por pasar a la segunda fase tras el
armisticio, que era encontrar con un acuerdo definitivo de paz.
Con esta mirada, Kim Jong-Un puede provocar un gravísimo error de
cálculo, pues el tensionar la cuerda podría ser una profecía auto
cumplida de guerra. Un accidente –que se disparen en la
frontera, que se haga una operación que termine invadiendo territorio–
pasa de la provocación –donde estamos– a la acción. Y ese simple incidente que puede llevar a un complejo cuadro bélico.
Cuando la apuesta es tan alta, sólo queda evidenciar la existencia de
enemigos –Estados Unidos, Corea del Sur, Japón– y mostrarle a la
población que deben estar listos para el inminente ataque de los
“enemigos del Corea del Norte”, quienes se preparan a través de
ejercicios conjuntos.
Libardo Buitrago (@LibardoBuitrago)
Analista Internacional
Director Escuela de Periodismo – Facultad de Comunicaciones
Universidad del Pacífico
Director Escuela de Periodismo – Facultad de Comunicaciones
Universidad del Pacífico
Fuente. CHILE B
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