Con un acuerdo que prevé varios meses para su cumplimiento y que no incluye medidas específicas de sanción, Estados Unidos y Rusia establecen un marco para la destrucción del arsenal químico de Siria y alejan, quizá definitivamente, la posibilidad de una intervención militar contra el régimen de Damasco. El compromiso, alcanzado el sábado en Ginebra por el secretario de Estado norteamericano, John Jerry, y su homólogo ruso, Sergei Lavrov, tendrá ahora que ser plasmado en una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, para lo que Washington ha renunciado al uso de la fuerza.
“Si este acuerdo se cumple totalmente, se puede acabar con la amenaza que las armas químicas representan, no solo para el pueblo sirio, sino para sus vecinos y para toda la región”, declaró Kerry. Lavrov, por su parte, aclaró que “en este acuerdo, por supuesto, no se dice nada sobre el uso de la fuerza o sobre ninguna sanción automática”.
En el camino habrá que sortear una serie de obstáculos diplomáticos, políticos y logísticos que hacen el cumplimiento final de la pactado difícil e incierto. No solo será necesario darle fuerza de ley internacional a lo que ahora mismo es solo un acuerdo bilateral, sino que será preciso desplegar un considerable equipo de verificación en un país en guerra. En sus planes de contingencia, el Pentágono calculaba que se requeriría 80.000 soldados para garantizar el control del arsenal químico sirio.
Una de las primeras dudas es la de fijar con credibilidad el número de armas. EE UU calcula que ese país tiene un millar de toneladas métricas de gases venenosos distribuidas en unos 45 depósitos a lo largo de todo el país. Pero Rusia no comparte esas cifras, y no se sabe cuál es la contabilidad de Damasco puesto que el régimen no reconocía hasta ahora disponer de ese armamento.
Es imprevisible cómo puede todo esto afectar a la marcha del conflicto. Lavrov advirtió que, no solo el Gobierno, sino también los rebeldes sirios tendrán que colaborar en la seguridad de los inspectores internacionales, lo que parece sugerir que la oposición tendrá que contener su ofensiva para el cumplimiento de un plan que, de forma indirecta, da por hecho la permanencia de Bachar el Asad en el poder.
El general Salim Idriss, jefe de las fuerzas rebeldes sirias, manifestó en una conferencia de prensa televisada en Estambul, que este acuerdo suponía un fuerte revés para la oposición y un espaldarazo para “el asesino Bachar”. “Nos sentimos abandonados por la comunidad internacional, no nos queda ninguna esperanza”, afirmó.
Barack Obama declaró que, aunque confía en que el acuerdo de Ginebra tenga éxito, no renuncia a la opción militar. “Si la diplomacia falla, EE UU y la comunidad internacional tienen que permanecer listos para actuar”, afirmó.
Pero su Administración ha renunciado a que esa opción figure formalmente en el acuerdo alcanzado con Rusia. De hecho, hoy mismo la delegación norteamericana retiró la amenaza del uso de la fuerza que figuraba en el proyecto de resolución que había circulado en días pasados en el Consejo de Seguridad y lo sustituyó por una referencia vaga a que, en el caso de que Siria incumpla lo pactado, se tomarían “otras medidas”.
EE UU ha renunciado, igualmente, a señalar la responsabilidad directa de Asad en el ataque del pasado 21 de agosto con armas químicas y acepta también retirar del proyecto de resolución una referencia a que el régimen sirio respondiese por ese crimen ante la justicia internacional. Este viernes, el secretario general de la ONU, Ban ki-Moon, anticipó que el informe de los inspectores aportaría pruebas “abrumadoras” sobre el uso de armas químicas y acusó a Asad de “muchos crímenes contra la humanidad”.
Un portavoz oficial norteamericano explicó que la renuncia al uso de la fuerza en el Consejo de Seguridad responde al convencimiento de que Rusia no hubiera permitido jamás un acuerdo que incluyese ese aspecto, pero aseguró que eso no significa que EE UU descarte definitivamente la posibilidad de una intervención militar de forma unilateral.
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