La candidatura de Madrid a los Juegos de 2020 tenía previsto ofrecer un cóctel el sábado en un hotel de Buenos Aires, después de conocerse la votación. Así que, a pesar de la apabullante derrota, a la recepción acudieron los príncipes de España, el presidente, Mariano Rajoy, la alcaldesa de Madrid, Ana Botella, y más de 100 personas entre miembros de la delegación, políticos, y empresarios.
La pregunta recurrente era por qué perdió Madrid no ya ante Tokio sino frente a Estambul, que tiene casi todas sus infraestructuras pendientes de hacer. La razón que asomaba en casi todas las conversaciones era el dinero, la mayor solvencia de Japón. O la promesa de grandes obras y negocios que ofrecía Estambul. También afloraron versiones sobre la leyenda de oscuros intereses que han podido guiar a algunos miembros del Comité Olímpico Internacional (COI). Pero ningún asistente, entre varias decenas de consultados, incluyendo a los principales miembros de la candidatura madrileña, consideraron que el dopaje fuera la principal causa de la derrota.
La Ley Antidopaje fue aprobada por el Congreso el pasado 12 de junio y entró en vigor el 4 de julio, justo la semana en que Madrid presentó su candidatura en Lausana (Suiza) ante los miembros del COI. “En Turquía se han descubierto en los últimos meses 32 casos de dopaje y, sin embargo, los delegados decidieron darles más votos a Estambul que a Madrid”, esgrimía un miembro de la delegación. A favor de la tesis de que el dopaje no pesó en la decisión se encuentra el factor de que para los Juegos de 2016, en octubre de 2009, Madrid ganó el primer recuento con 28 votos, por delante del Río de Janeiro (26), de Tokio (22) y del Chicago de Barack Obama (18). Primero cayó Chicago, después Tokio y Madrid perdió con el Río de Lula da Silva por 66 a 32 votos. A pesar de que aún no se había aprobado en España la Ley Antidopaje, Madrid llegó a la final. Sin embargo, por entonces no había salpicado el caso de Contador, ni el de Marta Domínguez. Tampoco las bolsas de sangre de la Operación Puerto estaban retenidas.
Otros miembros de la candidatura madrileña insistían en los turbios intereses que han podido motivar a algunos delegados. “El COI ha demostrado que no cree en la austeridad. Prefiere apostar por los sitios donde hay dinero contante y sonante para hacer negocios”, afirmaba un político.
Lo que todo el mundo asumía es que el príncipe Alberto de Mónaco intentó echar un cable a Madrid para compensar su pregunta sobre ETA en 2005 en Singapur. En aquella ocasión, el Príncipe preguntó por las garantías de seguridad en la ciudad, ya que un mes antes de la Asamblea del COI, ETA perpetró un atentado junto al estadio de La Peineta. “Es inconcebible que un próximo jefe de Estado se atreva a tirarnos con un asunto que es de carácter universal, que puede afectar a cualquiera de las ciudades que se han presentado”, declaró entonces un político. Esta vez, sin embargo, Alberto de Mónaco dijo: “En otras ocasiones dijeron que el diseño y el mensaje sería nuevo. ¿Podría arrojar algo de luz sobre esto?” Era una invitación para insistir en las bondades de la austeridad del proyecto, en consonancia con la crisis mundial. Y así se interpretó.
En cuanto a las presentaciones, los miembros de la delegación española resaltaron la exposición del príncipe Felipe. Subrayaron que se había expresado con mucha soltura y destacaron también el enorme esfuerzo que había desplegado en los últimos cuatro días. Respecto a los cuatro vídeos que presentó España, se podría decir que ninguno de ellos cambiará la historia de la publicidad. Tampoco los de Estambul y Tokio. Emocionar, lo que se dice emocionar, ninguno lo hizo.
La victoria de Tokio fue tan clara que apenas se reparó en detalles menores. El inglés de Ana Botella causó muchas chanzas en las redes sociales. Pero una vez que se escucha la traducción simultánea a través de los cascos es fácil constatar que vale la pena expresarse en inglés, aunque la pronunciación sea manifiestamente mejorable. El primer ministro turco, Racep Tayp Erdogan, reconoció que había consultado con sus asesores en qué idioma se expresaría y finalmente decidió hacerlo con el “lenguaje del corazón”. O sea, en turco. Con lo cual, llegó a los delegados a través de traductores, con titubeos, sin énfasis, sin alma y sin convicción. Es decir, sin corazón.
Rajoy fue el único de los asistentes, junto a Erdogan, que se expresó en su propio idioma en la exposición. Y sólo él leyó su mensaje en un papel, mientras el resto usaba los aparatos dispuestos junto al estrado. Con lo cual, cada dos o tres segundos bajaba la mirada hacia sus documentos.
Al caer la noche nadie hablaba ya de los pequeños detalles. Y tampoco del dopaje.
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