jueves, marzo 24, 2005

JULIO VERNE: Al centenario de su muerte

Hace 100 años que murió Julio Verne. Salvo en la alabanza a su clarividencia –mucho mayor que la de Nostradamus– y en que 'Cinco semanas en globo' (1863) inaugura ese género que hoy conocemos por ciencia ficción, los biógrafos de Julio Verne están de acuerdo en muy pocas otras cuestiones. Así, mientras que la 'Enciclopedia de la literatura Garzanti' habla de "los contenidos libertarios y progresistas de sus obras", resultado de los encuentros que el escritor mantuvo con círculos anarquistas y socialistas, Icilio Ripamonte apunta en el 'Diccionario Bompiani' que el novelista "no participó nunca de una manera efectiva en las convulsiones políticas que se sucedieron a lo largo de su extensa vida y acogióse a amplios e inciertos simbolismos". Más próximo a nuestros días; John Clute, escribe en su espléndida 'Enciclopedia Ilustrada de la Ciencia Ficción': "Verne trató ferozmente de no trastornar el sistema vigente". Respecto a esta teoría, cumple decir que son tantas y tan discutibles las reflexiones ajenas a las historias juveniles que incluyen sus novelas, que sus traductores las han venido suprimiendo desde las primeras ediciones extranjeras del maestro.

En cuanto a quienes se decantan por el Verne filorevolucionario, preciso es recordar que el escritor abandonó París con motivo de la brutal represión de la Comuna y que una de sus obras menos difundidas —quizás por su simpatía por la causa revolucionaria— es 'Matías Sandorff' (1885), donde narra la experiencia de un rebelde ante la tiranía austrohúngara.
De lo que no hay duda es de que el hombre que habría de anticipar los viajes a La Luna, la navegación submarina e incluso el metro, vino al mundo en el Nantes de 1828, siendo la suya una familia acomodada. Hijo de un abogado católico y de un tiempo en que el antiguo régimen se tambalea, no es de extrañar su inicial defensa "statuo quo", postura que con el tiempo se irá atemperando hasta dar paso a concepciones radicalmente opuestas a las sugeridas en sus primeras páginas. La única experiencia aventurera que se le recuerda fue la de cambiarle el puesto al grumete de un barco. Descubierto el ardid, ya iniciada la travesía, el futuro escritor fue devuelto a tierra. Cierto es que concibió su mejores obras en su gabinete parisino, pero también que con las ganancias que le reportaron sus publicaciones adquirió un yate con el que, al igual que muchos de sus personajes, navegó por Inglaterra, Escandinavia y América del Norte. En efecto, fue mucho más viajero de lo que se desprende de la paradoja de haber escrito sobre Australia, La Luna o el fondo del mar desde un estudio de la capital francesa.
Habida cuenta de la pesadumbre encerrada en 'París en el siglo XX', la primera novela que escribió y una de las pocas que no publicó en vida —se dio a la imprenta en 1994—, quienes deben a su lectura algunas de las mejores horas de su existencia, prefieren creer que a Verne le fue impuesta esa defensa del orden establecido por Hetzel, su editor, quien rechazó 'París en el siglo XX' por el pesimismo que encerraba una obra que presagiaba una sociedad en que la gente vive obsesionada con el dinero y con los faxes.
En cualquier caso, el gran Julio Verne publicó en 1863 el primero de sus 60 Viajes Extraordinarios, el ya citado 'Cinco semanas en globo'. La serie, prolongada durante casi 40 años, habría de incluir entregas de la talla de 'Viaje al centro de la Tierra' (1864), 'De la Tierra a la Luna' (1865), la trilogía del capitán Nemo — 'Los hijos del capitán Grant' (1867), 'Veinte mil leguas de viaje submarino' (1870) y 'La isla misteriosa' (1874)—, 'La vuelta al mundo en 80 días' (1873), 'Miguel Strogoff' (1876) —la mejor coartada para quienes le consideran un reaccionario— o 'La esfinge de los hielos' (1897), continuación que fuera de 'Las aventuras de Arthur Gordon Pym' (1838) en un rendido homenaje a su admirado Edgar Allan Poe. Trabajador infatigable, ni que decir tiene que, paralelamente a sus Viajes, cultivó su primera vocación, el teatro, escribiendo y adaptando algunas piezas para la escena. Cuando murió, en 1905, el maestro no estaba satisfecho con su obra. De hecho, 'El eterno Adán' (1910) y 'La misión Barsac' (1919), sus útlimos títulos, son tan pesimistas como el primero. 'La misión...' es un furioso ataque contra el occidentalismo que defendiera en el resto de su producción. A los 100 años de su fallecimiento, podemos concluir que, el escrupuloso control que se ejerció sobre su producción limó cuantas consideraciones ajenas a la mera aventura incluían sus ficciones. Conscientes como fueron sus censores de todas las lenguas de que las novelas de Verne -siempre dedicadas al público juvenil- habrían de formar los nuevos espíritus, se le buscaron las inconveniencias con lupa. Es por ello que sólo el lector en francés del maestro ha podido dar cuenta de ese Verne, reaccionario primero y filorevolucionario después, que al resto de sus seguidores se les escapa.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

 
Libardo Buitrago / Blog © 2013 | Designed by RA