Por Raúl Vallejo. Diario El Comercio de Quito.
La “rebelión de los forajidos”, que comenzó el miércoles 13 con el cacerolazo, contribuyó de manera decisiva a la caída del coronel Gutiérrez. Más de 100 000 personas el martes 19, marchando desde la “Cruz del Papa”, fueron la expresión política de un descontento indiscriminado no solo contra el Coronel sino contra el poder en general. Incluso, el grito: “¡Que se vayan todos!” alcanzó a la televisión por privilegiar el espectáculo a la ética en el manejo de la noticia. La gente de Quito se hartó de un poder que adeuda el cumplimiento de las promesas electorales y perpetúa las prácticas del chanchullo y del amarre.El Presidente debe entender que su función es transitoria y que su modesto papel radica en ser un mandatario de ese sentir, que su compromiso ético es recuperar la fe de la gente en la institucionalidad democrática y que su tarea política debiera concentrarse en la convocatoria a una Asamblea Constituyente para modificar este fracasado modelo político. Por ejemplo, el “Ejecutivo fuerte” devino en un “Ejecutivo sordo y autoritario” y el modelo de representación en un sistema excluyente pues a la ciudadanía se la redujo al papel de votante.El Congreso y la dirigencia política deben entender que este modelo de representación ya no da para más; que el discurso político se vació de contenido y que perdió credibilidad. Los dirigentes tienen que asumir que las conductas partidarias se redujeron a maniobras de coyuntura en el mezquino escenario del Congreso; que los partidos descuidaron la construcción de un proyecto ideológico - político sostenido por bases populares, y que sus cúpulas no se han rejuvenecido. El Congreso tiene tareas urgentes: formular el mecanismo para la conformación de la Corte Suprema de Justicia sin injerencia de los partidos ni las corporaciones; reconstituir los tribunales Electoral y Constitucional; y, en conjunto con el Presidente, convocar una Constituyente en la cual no pueda participar ninguno de los diputados del actual Congreso Nacional. Después, que se autodisuelva el Parlamento y los diputados se dediquen a su profesión para dar paso a nuevos representantes.La indignación también alcanzó a los medios, particularmente a la televisión. Entonces, que también las figuras de la TV activen un proceso de autocrítica que les permita entender que la política no es solo la tarima ni los políticos profesionales; que, con modestia, comprendan que la indignación ética se vino gestando al margen del poder, y que los canales -excepto estaciones como Teleamazonas- estuvieron a espaldas de lo que sucedía. Tan solo cuando la caída del Coronel fue evidente, algunos noticieros comprendieron el alcance de “los forajidos”.Finalmente, quienes participamos de alguna manera en “la rebelión de los forajidos” debemos aceptar que el movimiento fue una expresión local. La oposición a Gutiérrez unió a la gente, pero la construcción de un programa implica acuerdos que no surgirán a los gritos. Además, para calibrar la fuerza real de las movilizaciones hay que reconocer que la silenciosa Embajadora y las FF.AA. -como con Bucaram y Mahuad- fueron, en última instancia, los árbitros que precipitaron la caída del Coronel. “¡Que se vayan todos!” es una buena consigna pero el poder de la gente se construye desde la organización: guste o no, los partidos y otras formas organizativas son indispensables para el ejercicio del poder y del Gobierno

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