martes, noviembre 29, 2005

China: del boom económico a la adicción a Internet

Ser primeros: ese parece ser el lema del país y de los jóvenes del gran tigre asiático. Mientras el país crece y crece, ellos se sumergen cada vez más en la red para soportar las exigencias cotidianas. A Qing sus padres lo internaron en el Hospital Militar de Pekín después de que intentó apuñalar a uno de sus compañeros de clase. Al chico de 17 años le diagnosticaron que sufría una nueva enfermedad que surge en un momento de prosperidad en China. Como otros jóvenes que son tratados en este hospital, Qing es un adicto. La mayoría son adictos a los juegos de Internet y algunos a los foros de discusión online. A todos ellos, su preocupación les costó sus estudios, su salud y su cordura. Una tercera parte de los internos que comparten el pabellón con Qing estaban tan atrapados en sus mundos virtuales que terminaron volviéndose muy violentos. “No tenía manera de solucionar mis problemas y ningún lugar donde descargarme, así que me sumergí en el mundo online. Muchas veces peleaba con mis padres y, a veces, hasta nos pegábamos”, dijo Qing, que viene jugando juegos online desde hace cuatro años. La clínica dice que cura al 80% de sus pacientes. Pero el tratamiento de un día aquí cuesta una cuarta parte del sueldo mensual promedio en Pekín. Este es un tratamiento sólo para los privilegiados. Tao Ran es el cerebro de la clínica: “La adicción a Internet es una enfermedad grave. Los adictos juegan entre cuatro y cinco horas por día. Muchas veces se enojan, se vuelven indiferentes a las emociones y sólo tienen sentimientos para sus amigos online. No tienen ánimo para hacer otra cosa”. La adicción puede ser fatal, dice Tao Ran. “Un chico de 13 años saltó de un edificio y se mató. Al leer su diario, pudimos ver que su mente confundía el mundo real y el mundo online. Pensaba que la gente puede vivir y morir y volver a vivir, como en un juego”. Uno de los principales factores detrás de la adicción a Internet es la presión que los padres chinos ejercen sobre sus hijos. Uno de ellos era Dai Ou. Estaba obsesionada por las notas de su hijo. Si no era el mejor de la clase, no era suficientemente bueno. Pero cuando su hijo abandonó la escuela a cambio de llevar una vida online, se dio cuenta de que lo había presionado demasiado. “Los padres quieren que sus hijos sean los mejores. Queremos que vayan a la universidad, que hagan una maestría, un doctorado y que consigan un empleo brillante. Los padres diseñan una vida para sus hijos antes de que nazcan. La competencia ahora es mucho más seria que cuando nosotros éramos jóvenes. El desarrollo económico elimina a la gente y sólo una minoría puede vivir bien realmente”. Pero en los dormitorios de toda China, es cada vez más la gente joven que permite que su identidad virtual domine su vida, en busca de un escape de las presiones que trajo aparejado el boom económico. El problema, en la mayoría de los casos, está oculto, pero a la 1 de la madrugada en un cibercafé de Pekín no hay ningún asiento vacío, como sucede en la mayoría de los otros 100.000 cibercafés de China. Se forman comunidades online. Recientemente, se organizó un funeral online para una chica que murió después de pasar muchos días sin parar jugando al juego Black Dragon Prince. Hace unos meses, un hombre fue sentenciado a cadena perpetua por apuñalar y matar a un jugador de 23 años en una disputa por una espada cibernética en el mismo juego. Un juez prestigioso de Pekín, Shan Xiuyun, declaró que el 90% de los delitos juveniles en la ciudad están relacionados con Internet. El problema tiene raíces profundas y Qing duda de que 15 días en el hospital le sirvan de algo. “Internet es sólo una herramienta, no una causa del problema. Tiene que producirse un cambio en toda la sociedad. Las presiones de la escuela y de la casa son demasiadas”. Dai Ou reconoce parte de la responsabilidad: “Los padres no pueden tolerar que sus hijos se desvíen del camino que ellos les trazaron. Los chicos sólo pueden darse cuenta de su potencial si saben, de corazón, que sus padres realmente piensan que son los mejores. Pero, en parte por nuestra tradición, los padres constantemente les exigen a sus hijos que sean mejores. La competencia es feroz. Algunos quedan eliminados en el camino. No queremos que nuestros hijos sean los que no sobreviven. Estos chicos online pasan por un gran sufrimiento”.
Fuente: Diario El Clarín de Buenos Aires.

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