Extraños gusanos habitan a grandes profundidades sin necesidad de recibir la luz del sol. (Foto: Ifremer)
Casi el 70% de la superficie del planeta está cubierta por agua, y sin embargo nuestro conocimiento de los grandes fondos marinos por debajo de los 2.000 metros de profundidad es menor del que disponemos sobre la Luna, y la superficie observada es menor a la explorada en Marte. Un lugar donde, a diferencia de lo que ocurre en tierra firme, cada día se siguen descubriendo especies nuevas, desde tiburones hasta microbios. Para llamar la atención sobre la riqueza de la biodiversidad marina, la Fundación BBVA ha organizado unos debates sobre este tema, en los que participan algunos de los mayores especialistas del tema. Las jornadas están centradas en los desafíos científicos y tecnológicos planteados por la exploración de las fosas abisales, "un lugar donde viven unas 275.000 especies de organismos marinos", según señaló Philippe Bouchet, profesor del Museo de Historia Natural de Francia. La vida en las grandes profundidades marinas -que representan el 90% del volumen del océano- no se descubrió hasta mediados del siglo XIX, y se observó directamente por primera vez en 1949. Un desconocimiento motivado sobre todo por la dificultad técnica de acceder a un lugar donde no hay luz y la presión es enorme. Sin embargo, éstas son zonas que se han revelado como unas de las más ricas del planeta. "Sólo el plancton es el sistema biológico más grande de la Tierra, mucho más importante que la jungla amazónica, con un tamaño 300 veces mayor y donde habitan muchos más organismos de los que lo hacen 'en seco'. "Si el Amazonas fuera el pulmón izquierdo de la Tierra -el más pequeño-, el océano sería el derecho", remarcó el doctor George A. Boxhall, investigador del Museo de Historia Natural de Londres. Las mayores oportunidades para el descubrimiento de nuevas formas de vida se encuentran en hábitats remotos o extremos, como fosas oceánicas, cuevas submarinas, ambientes hipersalinos y anóxicos, fuentes hidrotermales e incluso en esqueletos de ballenas, donde se han encontrado, por ejemplo, unos gusanos marinos ('Osedax') de hasta metro y medio de largo que no tienen ni boca ni estómago, y se alimentan, como los encontrados en las fuentes hidrotermales, de bacterias. Esos sitios serán los que centren la atención de los científicos especializados en la investigación marina, unos lugares 'calientes' que deben reunir dos condiciones para atraer a los expertos: "que existan nuevas especies, y ser hábitats en peligro por la acción del hombre", según Bouchet. Los ecosistemas marinos que corren más peligro son los arrecifes de coral, los bosques manglares y las praderas de angiopermas. En ese fondo abisal, que se extiende desde los 200 metros de profundidad del talud continental hasta las llanuras abisales a entre 4.000 y 6.000 metros, es donde investigadores como la española Eva Ramírez han encontrado ecosistemas muy particulares, capaces de sobrevivir en ausencia de luz, a muchísima presión y en aguas cuyas temperaturas son extremadamente bajas. El problema de este tipo de investigaciones radica en las dificultades técnicas necesarias para llegar hasta el fondo marino. A la larguísima 'lista de la compra' se suman cartografías de alta resolución del fondo submarino, instrumentos hidroacústicos, cámaras isotérmicas, etc. Todo ello para investigar unos recursos biológicos de gran importancia para sectores como la industria, las farmacéuticas o la biología molecular. Según Carlos Duarte, profesor del Instituto Mediterráneo de Estudios Avanzados, la exploración de los fondos marinos es vital "no sólo para encontrar nuevas especies, sino también porque ahí hemos podido observar nuevos procesos por los que funciona la vida". Una exploración que, según los científicos, llega "con dos décadas" de retraso. "Es cierto que antes no éramos capaces de descender tan abajo, porque no teníamos la tecnología adecuada para hacerlo, pero 40 años después de que el hombre haya puesto un pie en la luna, sólo hemos sido capaces de mandar un brazo robot al fondo marino, ni siquiera lo hemos podido pisar", señaló Duarte. Para este científico, el objetivo de la investigación en el siglo XXI debe estar no en planetas lejanos, como Marte o Venus, "porque el retorno investigador" es muy pequeño, sino en los fondos abisales. "Además, esta exploración es tanto o más excitante que la del espacio, y los desarrollos de biotecnología obtenidos a partir de moléculas y bacterias encontradas en el agua ya están en la mesa de laboratorios farmacéuticos", apuntó. De hecho, un equipo de científicos franceses ha presentado en el marco de las jornadas el descubrimiento de una molécula extraída de las algas pardas, llamada laminaria, capaz de estimular el sistema inmunológico de las plantas. Y otras muchas aplicaciones de estos diminutos seres vivos oceánicos ya están en marcha. "El único obstáculo es nuestra imaginación. Todo lo que pensemos que se puede solucionar con la ayuda de estas nuevas molécuclas y bacterias lo podremos hacer. Sólo hay que seguir investigando ahí abajo", remarcó Duarte.
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