El riesgo de una guerra civil en Irak nunca había sido tan alto como hoy desde la ocupación del país árabe por Estados Unidos. La voladura de uno de los máximos santuarios chiíes, en Samarra, ha sido ejecutada con precisión militar y calculada con saña por sus autores para desatar las represalias contra los suníes y escalar un conflicto ya próximo a una masa crítica fuera de control. Los asesinatos sectarios y masivos se multiplican -su macabra contabilidad envejece por horas-, el principal grupo suní se ha retirado de las agónicas negociaciones para formar Gobierno y las milicias armadas de uno y otro bando campean por las calles desafiando a unas fuerzas de seguridad tan impotentes como sometidas ellas mismas a lealtades de tribu y credo. Un Bush alarmado pedía ayer contención a todas las partes.
El atentado contra la Mezquita Dorada no podía haber llegado en un momento más dañino para Irak, cuando se intenta infructuosamente, tras las elecciones parlamentarias de diciembre, alumbrar un Gobierno de unidad nacional. La polarización política va en aumento. La magnitud de la división entre los vencedores chiíes y los minoritarios suníes hace temer que el Gobierno que encabece el mediocre Ibrahim al Yafari, en cuya Alianza chií tiene capacidad arbitral un personaje tan siniestro como el clérigo radical y caudillo miliciano Múqtada al Sáder, acabe escorado hacia un integrismo próximo a las tesis iraníes. Y si en ocasiones anteriores la figura religiosa más respetada por los chiíes, el moderado ayatolá Alí al Sistani, había actuado como dique de contención de la violencia sectaria, esta vez su imagen silenciosa en las pantallas de televisión, solemnizando la gravedad de la situación, parece superada por la furia desatada entre los de su credo. Por primera vez, ayer era acusado por sus homólogos suníes de fomentar la violencia.
Las luchas intestinas que sumergen Irak pueden dar al traste con cualquier ingenuo cálculo político, comenzando por los planes de Washington para retirar en un futuro más o menos próximo a sus 130.000 soldados. La tragedia avanza hacia su desenlace. Los ingredientes del conflicto civil, entre muchos otros, están en la proliferación de grupos armados religiosos, en el imparable terrorismo indiscriminado contra inocentes o en el hecho de que chiíes y suníes se acusen mutuamente de instigar y perpetrar asesinatos o atentar contra sus mezquitas. En este contexto, resulta impensable un atisbo de democracia o progreso. Ni las elecciones ni la nueva Constitución servirán para nada en un país aplastado por una inseguridad absoluta y una absoluta desesperación.
Fuente: Editorial del diario español El País.
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