jueves, marzo 02, 2006

Bush en Afganistán

La visita relámpago de George W. Bush a Afganistán supone la firme reiteración del compromiso de Washington con el régimen de Hamid Karzai. Un respaldo que incluye el mantenimiento de la presencia militar, especialmente importante si se tiene en cuenta que el año pasado los incidentes armados aumentaron un 20%. Afganistán, con todas las dificultades existentes, no está viviendo la tragedia continua que acompaña en Irak a su frágil proceso político. La Asamblea elegida se ha convertido en un capital democrático y, aunque con notables carencias -no hay partidos propiamente dichos y persisten fuertes liderazgos tribales-, ha conseguido ensamblar las particularidades sociopolíticas con el desarrollo institucional en curso hasta dar ya unos frutos incuestionables: se ha pasado de un implacable régimen teocrático a tener una nueva constitución, celebrar elecciones presidenciales y elegir por primera vez en 30 años un Parlamento en las urnas. El futuro despliegue de las unidades de la OTAN, que supondrá una reducción de los efectivos de EE UU, debería marcar un nuevo rumbo en la presencia internacional en Afganistán y permitir salvar ciertas reticencias. Es cierto que los objetivos prioritarios se mantienen: dotar al país de seguridad y estabilidad -combatiendo la insurgencia talibán y frenando las embestidas terroristas- y afianzar la institucionalización y democratización en marcha. Pero de forma paralela, si se quiere que el lento y costoso proceso siga avanzando, habría que abordar una imprescindible normalización social y económica. Porque Afganistán, más de cuatro años después de que se pusiera en marcha la operación 'Libertad duradera', sigue siendo uno de los países más pobre del mundo y basando buena parte de sus recursos en el cultivo del opio.

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