sábado, abril 01, 2006

Nuestra política exterior

La política exterior de un país no puede ser diseñada en función de la voluntad de un hombre. Sin embargo, en el caso de la Argentina de nuestros días, parecería que la política exterior se desarrolla en un teatro con un único actor: el presidente de la Nación. A las tribulaciones que caracterizaron el manejo del conflicto con la República del Uruguay por la instalación de las plantas de pasta celulosa en la margen oriental del río Uruguay, se sumaron recientemente las rispideces con el gobierno francés por la rescisión del contrato con Aguas Argentinas y la reestatización del servicio. En el primero de los casos, queda la sensación de que la política exterior está siendo fijada por el primer mandatario en virtud de los vaivenes derivados de las acciones de los asambleístas entrerrianos. La sospecha de que el encuentro entre el presidente Néstor Kirchner y su par uruguayo, Tabaré Vázquez, previsto para el miércoles último en cercanías de Colonia, fue postergado ante la posibilidad de que los mencionados asambleístas retornaran a los cortes de rutas si el resultado de la reunión no era el esperado por ellos, da cuenta de aquella subordinación de la política a la amenaza latente que representa una porción de la población entrerriana. No se trata aquí de desautorizar las demandas de las comunidades de Gualeguaychú y de Colón en favor de un medio ambiente libre de la polución que podrían generar las dos fábricas que se están construyendo en Fray Bentos. Por el contrario, es saludable que la ciudadanía se preocupe por proteger la naturaleza, así como por defender legítimos intereses económicos derivados de una importante actividad turística que peligraría ante la posibilidad de una contaminación del río Uruguay. Pero es menester reiterar que el corte de rutas que unen la Argentina con su país hermano no sólo no es el camino adecuado para resolver el conflicto. Es un acto de hostilidad y claramente inconstitucional. Y no corresponde que un gobierno fije los lineamientos de su política exterior bajo amenazas o presiones. El Ministerio de Relaciones Exteriores no puede ser rehén de una acción manifiestamente ilegal. Desde luego, toda política exterior es un instrumento a través del cual los estados soberanos proyectan los respectivos intereses nacionales que han definido, por la vía del diálogo con los demás países y con los organismos internacionales, y por medio de la construcción de bloques regionales de integración.

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