Los dos últimos discursos del presidente en ejercicio Álvaro García Linera han dado la impresión, ante la opinión pública, de que existe una inconsistencia en la palabra oficial; es decir que se advierte demasiada facilidad y ligereza para mudar de opinión y de pensamiento. En la rueda de prensa que ofreció después de reunirse durante varias horas con los nueve prefectos de departamento, García Linera hizo gala de estar imbuido de un espíritu de concertación, unidad y pacificación. O sea que dejó la sensación de que se producía el ansiado reencauzamiento de los disensos surgidos no sólo en la Asamblea Constituyente, sino también con las regiones y las autoridades departamentales.
La sorpresa la dio en el discurso que pronunció en el pueblo de Warisata, en la provincia Omasuyos de La Paz, ante una concentración campesina. Allí mostró otra faceta, incitó a la confrontación, trazó una línea divisoria entre unos y otros, volvió a lanzar insultos y, en buenas cuentas, puso en pie de guerra a la masa que lo escuchaba, al instarle a tomar las armas para defender al Gobierno revolucionario, como si éste estuviera amenazado en su estabilidad. En un sistema democrático como el que rige en Bolivia, es natural que surjan diferencias, pero eso no quiere decir que se ande maximizando el conflicto como si éste no tuviera solución por la vía del diálogo y la concertación. Muchas de las reacciones que se observan contra el oficialismo son el efecto de la causa que las provoca, que no es otra que la de abrir abismo entre los bolivianos con la adopción de posiciones hegemónicas y usar siempre un lenguaje agresivo contra los demás. Es hora de hacer conciencia general que lo que el país requiere en estos tiempos es tranquilidad, es dar certidumbre sobre la estabilidad política y social. Sólo de esta manera tendrán eco los esfuerzos que realiza el Gobierno para transmitir a la comunidad internacional la garantía de que Bolivia seguirá siendo una nación confiable, donde prevalece la paz social y política.
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