Cinco años después de que el colapso que aceleró la peor crisis económica en su historia moderna, Argentina se ha recuperado en gran medida. Desde el 2003, la economía ha crecido con mayor rapidez que cualquier otra en América del Sur, expandiéndose en promedio en más de ocho por ciento anual. Sin embargo, otro problema llegó con esa reactivación, avergonzando e irritando a los argentinos, así como desafiando la imagen que tienen de sí mismos y de su sociedad. Los frutos de la rápida expansión del comercio, la construcción, las ganancias corporativas y las exportaciones no se están compartiendo para nada. Como resultado, se ha intensificado la desigualdad económica y social.
Históricamente, este país se ha enorgullecido de su igualitarismo. Un obrero industrial argentino, por ejemplo, podía razonablemente aspirar a vivir en un departamento cómodo, con frecuencia con profesionales como vecinos, comer carne todos los días, recibir atención médica competente y, por medio de su sindicato, disfrutar de un par de semanas de vacaciones cada año en una playa. Los argentinos desdeñaban lo que veían como una competencia brutal individualista, el carácter de cada hombre para sí mismo del capitalismo estadounidense y la división entre ricos y pobres en países vecinos como Brasil, Chile y Perú. Si había un modelo externo que admiraran los argentinos, ese era el manifiesto de Francia de ``libertad, igualdad y fraternidad".
Esos ideales ayudan a explicar el surgimiento del peronismo y su atractivo persistente en este país. Sin embargo, la realidad sobre la que se basa esa visión se ha erosionado como resultado de la transformación desgarradora de la economía y la sociedad de Argentina desde principios de los años noventa, y en especial desde la crisis que estalló en diciembre del 2001.
''En el pasado, Argentina realmente se parecía más a Europa que el resto de América Latina'', dijo Bernardo Kosacoff, el representante argentino de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe de las Naciones Unidas. ``Los padres tenían la percepción de que sus hijos vivirían mejor que ellos porque los trabajadores tenían empleos bien remunerados en el sector formal, sus casas propias y acceso a una buena educación. Sin embargo, ahora el proceso de ascenso social es mucho más complicado''.
Las estadísticas demuestran claramente ese punto. A mediados de los años de 70, el 10 por ciento más rico de la población de Argentina tenía un ingreso 12 veces el del 10 por ciento más pobre. Para mediados de los años noventa, la cifra había aumentado a 18 veces, y para el 2002, el punto máximo de la crisis, el ingreso del segmento más rico de la población era 43 veces el de los más pobres. La situación ha mejorado sólo un poco desde entonces. A pesar de la recuperación económica, apenas cinco por ciento de las familias argentinas ahora ahorra dinero, según un estudio realizado en abril por la Market Foundation, un grupo de investigación. Eso se compara con casi 30 por ciento a finales de los noventa. En el punto máximo de la crisis, casi 60 por ciento de los argentinos tuvo ingresos por debajo de la línea de pobreza.
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