El presidente de Estados Unidos acaba de presentar su proyecto de presupuesto federal para el ejercicio de 2008, vigente a partir de octubre, que asciende a 2,9 billones de dólares. Su propósito declarado es alcanzar el equilibrio presupuestario en 2012, haciéndolo compatible con la consolidación de las controvertidas reducciones de impuestos de 2001 y 2003. La previsión de la Casa Blanca es que durante el ejercicio 2008 el PIB estadounidense crezca a una tasa anual del 3% con una subida de la inflación del 2,6%.
Salta a la vista el notable optimismo de los supuestos macroeconómicos. Pero, al margen de las proyecciones voluntaristas, conviene destacar dos aspectos decisivos del presupuesto estadounidense: uno es la intensidad del gasto militar; y el otro, la poca credibilidad que conceden los analistas al plan de recortar el déficit. Sobre el primero, resulta asombroso, incluso con escenarios bélicos como los de Irak y Afganistán, que el Pentágono reciba 622.000 millones de dólares, el presupuesto más alto en términos reales del último medio siglo. Bush, que desde que llegó a la presidencia ha duplicado con creces la asignación destinada a armamento, pretende conseguirlo mediante una reducción de los programas sociales, particularmente los sanitarios.
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