El sonado incidente entre Hugo Chávez y la comitiva española no debe opacar los logros de la Cumbre Iberoamericana. La XVII Cumbre Iberoamericana en Chile no fue, como se les critica a estas reuniones, mucha pompa y poca acción. Los que querían acción la han tenido, y ahora lo que se discute es si el altercado entre el presidente venezolano, Hugo Chávez, y los representantes españoles -el rey Juan Carlos I y el presidente José Luis Rodríguez Zapatero- fue una anécdota menor o un grave quebranto de las normas de la diplomacia.
Hay que decir, primero que todo, que el coronel Chávez no ha entendido que su investidura de Jefe de Estado lo obliga a determinados comportamientos internacionales, que no son los que se acostumbra en la ruda vida castrense ni en la efervescencia de la plaza pública. No es de recibo en esta clase de escenarios insultar a presentes o ausentes -en este caso al ex presidente español José María Aznar, a quien reiteradamente tildó de "fascista"-, interrumpir a los colegas con comentarios impertinentes ni entrar en pujas verbales con los oradores. Lamentablemente, la imagen que el propio presidente venezolano y sus amigos y enemigos han creado de él es la de un líder francote y de comportamientos a tono con la mínima educación popular. Él parece estar a gusto con este personaje, y cree que puede despacharse a voluntad en las sesiones plenarias contra quien le moleste o le traiga malos recuerdos.
No hay duda de que en algunos países latinoamericanos, como Argentina y Nicaragua, existen resquemores contra empresarios españoles que han adquirido firmas locales. Tema que deberá tocarse con la seriedad del caso, porque hay abusos que merecen atención y regulaciones.
Resulta paradójico que el mayor incidente sucedido en los 17 años de las reuniones iberoamericanas ocurra cuando por fin está al frente de su secretaría un diplomático profesional consumado, como el hispano-uruguayo Enrique Iglesias. La presencia de Iglesias, nombrado hace dos años, ha permitido mayor dinamismo y estabilidad a la institución. Ahora enfrenta quizás el mayor reto de su dilatada hoja de vida en entidades internacionales como el BID y la ONU, consistente en impedir que lo acaecido en Chile deje heridas permanentes en la entidad. Sería muy grave que algún o algunos países optaran por retirarse de las cumbres; necesitará Iglesias todo su talento y el de su equipo para que la reunión del 2008 en El Salvador demuestre unidad, respeto mutuo, eficacia y poca 'acción' de esa que alimenta los noticieros y a YouTube.
Las pequeñas crisis pueden servir para evitar crisis mayores. Ojalá sea el caso de la XVII Cumbre Iberoamericana, que se recordará por la impertinencia de Chávez y la reacción exasperada de quien, además de la jefatura del Estado español, puede exhibir allí un título válido de veteranía y antigüedad, pues es el único protagonista que ha asistido a las 17 cumbres.
No obstante el incidente, hay que destacar que los 22 países miembros trabajaron en una agenda centrada en la necesidad de promover la "cohesión social" y combatir la desigualdad en la región, fenómeno que se refleja en la cifra de 205 millones de pobres sobre una población de casi 500 millones en el 2006. Los gobernantes iberoamericanos, en el documento final, la 'Declaración de Santiago', avanzaron hacia compromisos más específicos. El principal de ellos, el Convenio Multilateral Iberoamericano de Seguridad Social, que obliga a los gobiernos a unificar su legislación para que los derechos de los trabajadores de cada país miembro (incluyendo el de la jubilación) sean respetados en los demás. Un logro que el sonado episodio de Santiago no debe opacar.
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