El Líbano se está suicidando sin que nadie pueda o quiera evitarlo. Todos lo saben: desde el papa Benedicto hasta George Bush pasando por el secretario de la Liga Arabe, Amr Musa, el de Naciones Unidas, Ban Ki Moon, y los líderes regionales siguen "con preocupación" su inmolación, envían a sus ministros a mediar entre las partes y se escandalizan cuando oyen hablar de guerra civil. Pero a medida que aumenta la presión internacional -tan desaconsejable en un país convertido en tablero de juego de intereses regionales- los líderes locales dan otro paso, quién sabe si el definitivo, hacia la autodestrucción.
Centenares de jóvenes ondean la bandera libanesa en una manifestación el pasado mes de febrero. (Foto: AP)
Esta vez es a causa del presidente, aunque todos saben que la elección del nuevo jefe de Estado es un detalle en una crisis mucho más profunda que nadie quiere admitir porque eso supondría revisar las parcelas de poder e, incluso, la propia existencia del Líbano como lo conocemos. La actual crisis comenzó hace un año, cuando la oposición –formada por Hizbulá, Amal y su aliado, el general Michel Aoun- abandonó el Gobierno de coalición. Este conservó su mayoría parlamentaria por un puñado de diputados, algunos de los cuales han caído en los atentados destinados, según el 14 de marzo, a arrebatarles esa ventaja. Pero da lo mismo que sean o no mayoría dado que en protesta el presidente del Parlamento, el líder de Amal Nabih Berri, no volvió a convocar ninguna sesión parlamentaria dejando así cojo a un Gobierno incapaz de ver refrendadas sus decisiones por los diputados.
Para la oposición del 8 de marzo, el Ejecutivo es ilegítimo dado que, según la Constitución libanesa, en todo Gabinete deben estar representadas las principales confesiones religiosas. Exigió elecciones anticipadas mediante una acampada frente a la sede del Gobierno que aún hoy colapsa la vida en el centro de Beirut. Y esperó su momento, de hecho, esperó este momento: cuando el final del mandato del presidente, el prosirio Emile Lahoud, que el sábado abandonará el puesto, obliga a los diputados a elegir a su sustituto.
Una Constitución ambigua
Aquí entra en juego el problema de una Constitución que hace equilibrios para garantizar una distribución del poder entre las confesiones y se presta a varias interpretaciones. Según la minoría, el nuevo presidente debe ser consensuado por dos tercios de la Cámara. Según el 14 de marzo, con la mayoría absoluta –de la que dispone- basta para elegirle. Si esto ocurre, Lahoud, próximo a la oposición, amenaza con nombrar un gobierno de transición que elija presidente y convoque elecciones, pero la mayoría en el Gobierno no va a renunciar al Ejecutivo. El escenario más terrible, la duplicidad de instituciones, está servido. "No hay salida, vamos hacia los dos gobiernos porque hay agentes en ambos bandos que no tienen interés en el acuerdo", explican fuentes diplomáticas. El empecinamiento de la mayoría antisiria del 14 de marzo y la oposición prosiria del 8 de marzo en imponer a sus respectivos candidatos ha puesto al país al borde de la guerra civil y ya nadie disimula que los bandos, rearmados y con gran seguimiento popular, están a punto de enfrentarse.
Aquí entra en juego el problema de una Constitución que hace equilibrios para garantizar una distribución del poder entre las confesiones y se presta a varias interpretaciones. Según la minoría, el nuevo presidente debe ser consensuado por dos tercios de la Cámara. Según el 14 de marzo, con la mayoría absoluta –de la que dispone- basta para elegirle. Si esto ocurre, Lahoud, próximo a la oposición, amenaza con nombrar un gobierno de transición que elija presidente y convoque elecciones, pero la mayoría en el Gobierno no va a renunciar al Ejecutivo. El escenario más terrible, la duplicidad de instituciones, está servido. "No hay salida, vamos hacia los dos gobiernos porque hay agentes en ambos bandos que no tienen interés en el acuerdo", explican fuentes diplomáticas. El empecinamiento de la mayoría antisiria del 14 de marzo y la oposición prosiria del 8 de marzo en imponer a sus respectivos candidatos ha puesto al país al borde de la guerra civil y ya nadie disimula que los bandos, rearmados y con gran seguimiento popular, están a punto de enfrentarse.
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