La Bolivia de Evo Morales comienza a ser ingobernable. El país andino, que su presidente indigenista prometiera refundar democráticamente cuando tomó posesión el año pasado, está inmerso en una espiral de confrontación que prolonga y amplifica el clima que hizo posible el derrocamiento de los dos presidentes anteriores. La Paz y Santa Cruz han sido escenario este fin de semana de nutridas manifestaciones abogando por modelos político-sociales definitivamente antagónicos.
El último caballo de batalla con el que Morales ha decidido saltarse las reglas del Estado democrático es la nueva Constitución, que será sometida a referéndum el año próximo. Es una receta para el desastre que sus más de 400 artículos hayan sido aprobados a mano alzada por una asamblea constituyente boicoteada por la oposición, sin la mayoría de los dos tercios requeridos y convocada contra reloj en Oruro, un feudo político presidencial. El desvarío opera además sobre un país en carne viva por las aspiraciones de autogobierno de varias regiones orientales bolivianas (Santa Cruz, Pando, Beni, Tarija) que concentran la mayor riqueza agropecuaria y en hidrocarburos y que acaban de presentar los estatutos autonómicos que someterán a consulta. Las zonas más prósperas de Bolivia están contra una Carta Magna que no sólo les parece vaga en cuanto a sus pretensiones, sino que juzgan inaceptable por su corte acusadamente indigenista, la merma de los derechos de propiedad que consagra y la preponderancia económica del Estado, en la línea del derrotado proyecto de Hugo Chávez para Venezuela.
Reformas como las que Morales propugna no se alcanzan empujando a medio país contra el otro medio, ni convocando referendos ad hoc para medir la aceptación popular del presidente frente a díscolos gobernadores regionales. El problema no es el aparente radicalismo del presidente boliviano, que, como su ídolo Chávez, sigue gozando del apoyo de los más desposeídos, cuanto su manifiesta incapacidad para respetar las reglas del juego democrático y lidiar civilizadamente con una oposición crecida y determinada. En la alternativa concertación-confrontación, Morales, que afronta la crisis más seria desde su llegada al poder, ha elegido el camino más peligroso para la estabilidad del país andino.
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