Fue un diálogo telefónico corto. En seco, Cristina Kirchner lanzó: "Hubiese esperado otra cosa de vos". Del otro lado, estaba Alberto Fernández poniendo fin a sus más de cinco años como jefe de Gabinete. La Presidenta reaccionó "mal", según contaron altas fuentes oficiales a LA NACION, ante la dimisión de uno de sus más estrechos colaboradores. En esa charla, por la mañana, continuó: "Se que estás cansado, desgastado y respeto tu decisión". Nada más. La jefa del Estado estaba en la quinta de Olivos. Se fue a ver a Néstor Kirchner, que, enfurecido, sintió que finalmente Alberto Fernández había claudicado.
El matrimonio del poder, según supo LA NACION, no llegó a calificarlo como un traidor, algo que sí le endilgaron al vicepresidente Julio Cobos por haber votado en contra del proyecto de retenciones, pero cuestionaron fuerte su actitud. El ahora ex jefe de Gabinete sabe como pocos de las reacciones de los Kirchner. Anoche, ante sus allegados, imaginó con certeza que no había caído nada bien su renuncia. Sobre todo, porque decidió dar el portazo él mismo, con pedidos explícitos de remoción de funcionarios, y, de alguna manera, le marcó los tiempos al matrimonio. "Yo sé que me preferían callado", reflexionó en sus charlas privadas.
Sólo habló con Néstor Kirchner anteayer. No le dijo nada de su jugada. Quedaron en encontrarse hoy a la tarde en Olivos. Sería antes de la asunción de Sergio Massa, a la que Alberto Fernández asistirá. Volverá así a la Casa Rosada, por última vez, y estará cara a cara con su ex jefa política. "Yo soy tu amigo y así estoy incómodo. Hay cosas de este proyecto en las que no creo", le dijo, después de haber defendido durante cinco años la política oficial.
Se despidió con esa llamada telefónica y con una carta privada que se preocupó por ocultar, en la que le habló de la necesidad de hacer cambios, que incluían al polémico secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, a la política oficial en el Indec y al proyecto del tren bala.
Ese fue el comienzo de un día agitado para Alberto Fernández, que se recluyó en su departamento de Puerto Madero, con sus secretarias, su vocero y un puñado de colaboradores. Pero la historia de la renuncia comenzó el sábado, cuando se fue de Olivos, ya entrada la noche, con la convicción de que los Kirchner no lo tenían en cuenta.
Según les comentó a sus íntimos, el Gobierno, tras la derrota en el Senado, entró en "estado de coma". Y cree que lo más grave es que el matrimonio presidencial no lo ve. Les dijo a sus allegados que su renuncia tenía que servir para mostrarles a los Kirchner que el "golpe" a la Presidenta que se imaginaban desde el campo y los medios no era tal. "Ahora el que se va soy yo, Alberto Fernández", explicó.
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El matrimonio del poder, según supo LA NACION, no llegó a calificarlo como un traidor, algo que sí le endilgaron al vicepresidente Julio Cobos por haber votado en contra del proyecto de retenciones, pero cuestionaron fuerte su actitud. El ahora ex jefe de Gabinete sabe como pocos de las reacciones de los Kirchner. Anoche, ante sus allegados, imaginó con certeza que no había caído nada bien su renuncia. Sobre todo, porque decidió dar el portazo él mismo, con pedidos explícitos de remoción de funcionarios, y, de alguna manera, le marcó los tiempos al matrimonio. "Yo sé que me preferían callado", reflexionó en sus charlas privadas.
Sólo habló con Néstor Kirchner anteayer. No le dijo nada de su jugada. Quedaron en encontrarse hoy a la tarde en Olivos. Sería antes de la asunción de Sergio Massa, a la que Alberto Fernández asistirá. Volverá así a la Casa Rosada, por última vez, y estará cara a cara con su ex jefa política. "Yo soy tu amigo y así estoy incómodo. Hay cosas de este proyecto en las que no creo", le dijo, después de haber defendido durante cinco años la política oficial.
Se despidió con esa llamada telefónica y con una carta privada que se preocupó por ocultar, en la que le habló de la necesidad de hacer cambios, que incluían al polémico secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, a la política oficial en el Indec y al proyecto del tren bala.
Ese fue el comienzo de un día agitado para Alberto Fernández, que se recluyó en su departamento de Puerto Madero, con sus secretarias, su vocero y un puñado de colaboradores. Pero la historia de la renuncia comenzó el sábado, cuando se fue de Olivos, ya entrada la noche, con la convicción de que los Kirchner no lo tenían en cuenta.
Según les comentó a sus íntimos, el Gobierno, tras la derrota en el Senado, entró en "estado de coma". Y cree que lo más grave es que el matrimonio presidencial no lo ve. Les dijo a sus allegados que su renuncia tenía que servir para mostrarles a los Kirchner que el "golpe" a la Presidenta que se imaginaban desde el campo y los medios no era tal. "Ahora el que se va soy yo, Alberto Fernández", explicó.
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