Seis de los ocho dirigentes del G-8 que se reúnen desde hoy en Japón son políticamente débiles, y tienen en sus manos el deber de buscar paliativos para una de las peores crisis de la historia por la escalada del precio del petróleo y los alimentos. El panorama es muy sombrío.
En los países desarrollados como Italia, Francia o la propia España, los consumidores aún tendrán que pagar más por llenar el tanque de gasolina o la nevera. Muchos de ellos verán menguar el nivel de vida al que se han acostumbrado en los últimos años y todos serán testigos de una avalancha migratoria que intentará dejar atrás la hambruna y la pobreza. Sobre todo originarios de África, región que alberga la gran mayoría de los 41 Estados que más sufrirán la crisis, según el informe del Fondo Monetario Internacional (FMI) publicado el miércoles pasado.
La esperanza de una reacción o un mensaje fuerte contra la crisis de Estados Unidos, Japón, Canadá, Alemania, Reino Unido, Francia, Italia y Rusia (los miembros del G-8) es poca. No obstante, no todo está perdido entre hoy y el miércoles, cuando la reunión acaba.
El principal obstáculo para que suceda es la propia situación de precariedad de las potencias. Ninguno de los países más ricos del planeta está en disposición de tirar del carro como lo hizo Washington en la crisis financiera de 1998.
El entonces presidente, Bill Clinton, y un más que experimentado jefe de la Reserva Federal, Alan Greenspan, convirtieron a Estados Unidos en el gran comprador de casi todo lo que se producía en el mundo. Para el año 2000, el comercio internacional había pegado ya un repunte histórico.
De los ocho dirigentes actuales, sólo el presidente ruso, Dmitri Medvédev, supera de media el 40% de popularidad, según una reciente encuesta de la agencia Reuters. La canciller alemana, Angela Merkel, es entre el resto la que mejor sale parada, pero no tanto como para pensar en que Alemania puede tomar el timón.
George W. Bush, que ayer cumplió 62 años, no sólo es el más impopular, sino que deja el poder dentro de siete meses. Los primeros ministros de Japón, Yasuo Fukuda, y de Canadá, Stephen Harper -ambos conservadores- gobiernan en minoría y con una fuerte oposición parlamentaria. Su par británico, Gordon Brown, no pudo haber tenido un peor primer año de mandato. Su partido, el laborista, ha perdido varias elecciones clave, entre ellas la alcaldía de Londres, y los sondeos auguran su derrota en las generales de 2010.
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En los países desarrollados como Italia, Francia o la propia España, los consumidores aún tendrán que pagar más por llenar el tanque de gasolina o la nevera. Muchos de ellos verán menguar el nivel de vida al que se han acostumbrado en los últimos años y todos serán testigos de una avalancha migratoria que intentará dejar atrás la hambruna y la pobreza. Sobre todo originarios de África, región que alberga la gran mayoría de los 41 Estados que más sufrirán la crisis, según el informe del Fondo Monetario Internacional (FMI) publicado el miércoles pasado.
La esperanza de una reacción o un mensaje fuerte contra la crisis de Estados Unidos, Japón, Canadá, Alemania, Reino Unido, Francia, Italia y Rusia (los miembros del G-8) es poca. No obstante, no todo está perdido entre hoy y el miércoles, cuando la reunión acaba.
El principal obstáculo para que suceda es la propia situación de precariedad de las potencias. Ninguno de los países más ricos del planeta está en disposición de tirar del carro como lo hizo Washington en la crisis financiera de 1998.
El entonces presidente, Bill Clinton, y un más que experimentado jefe de la Reserva Federal, Alan Greenspan, convirtieron a Estados Unidos en el gran comprador de casi todo lo que se producía en el mundo. Para el año 2000, el comercio internacional había pegado ya un repunte histórico.
De los ocho dirigentes actuales, sólo el presidente ruso, Dmitri Medvédev, supera de media el 40% de popularidad, según una reciente encuesta de la agencia Reuters. La canciller alemana, Angela Merkel, es entre el resto la que mejor sale parada, pero no tanto como para pensar en que Alemania puede tomar el timón.
George W. Bush, que ayer cumplió 62 años, no sólo es el más impopular, sino que deja el poder dentro de siete meses. Los primeros ministros de Japón, Yasuo Fukuda, y de Canadá, Stephen Harper -ambos conservadores- gobiernan en minoría y con una fuerte oposición parlamentaria. Su par británico, Gordon Brown, no pudo haber tenido un peor primer año de mandato. Su partido, el laborista, ha perdido varias elecciones clave, entre ellas la alcaldía de Londres, y los sondeos auguran su derrota en las generales de 2010.
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