En un país donde idolatran la Declaración de Independencia casi como si fuera un libro sagrado y donde héroes nacionales y padres fundadores son reverenciados en la capital en monumentos con forma de templo grecorromano, el Partido Demócrata se ha adueñado en Denver esta semana de la épica de las grandes palabras: libertad, igualdad, cambio, esperanza y sueño americano.
Los demócratas han logrando inundar de entusiasmo la convención y la emoción se ha retransmitido en directo, en horario de máxima audiencia, para decenas de millones de estadounidenses.
Tras un comienzo turbulento, las divisiones internas quedaron atrás la noche del miércoles y los 20.000 asistentes del Pepsi Center se unieron en torno a una idea: la larga vida de la gloria norteamericana y demócrata. Fue un espectáculo político grandioso que precedió a la noche estelar de Barack Obama ante 75.000 personas en el estadio Invesco Field. Han sido los mejores momentos televisivos que ha tenido el partido en años. Las últimas campañas no habían logrado, ni remotamente, crear una expectación semejante.
La crisis que acecha el país, la guerra, el problema de los millones de personas que no tienen cobertura sanitaria, la impopularidad de Bush... Todos los discursos pronunciados han repetido insistentemente una idea: éste no es un momento cualquiera, es un momento extraordinario, con desafíos extraordinarios. Es el momento de hacer historia.
El primer paso será elegir al primer afroamericano presidente del país, Barack Obama, un hijo de keniano y madre blanca de Kansas crecido en Indonesia y Hawai con una oratoria tan brillante como inusual y con seguidores tan fervientes que algunos expresan que, si pierde las elecciones, será uno de los momentos más tristes de sus vidas.
Los primeros éxtasis colectivos en torno a Obama se vivieron cuando fue elegido oficialmente candidato, la tarde del miércoles (madrugada de ayer en España).
La votación comenzó y se fue llamando oralmente a cada uno de los Estados para que otorgaran sus votos. Algunos -pocos- fueron para Hillary Clinton. Otros, los más, para Obama. Cuando llegó el turno a Nueva York, Clinton paró la votación. Entre gritos de júbilo que nada tenían que envidiar a los de un estadio de fútbol en el momento cumbre de un gol decisivo, la senadora pidió que se eligiera por aclamación a Obama.
"¡Yes, we can!" (¡nosotros podemos!), era todo lo que se escuchaba entre música y baile. Muchos delegados, literalmente, lloraban. Era sólo el comienzo de lo que habían venido a buscar a Denver: el optimismo necesario para ganar las elecciones. A partir de ese momento, el entusiasmo se apoderó de los demócratas. "¿Cómo no vamos a ganar?", se preguntaba Grace Spencer, afroamericana y representante de la Asamblea General de Nueva Jersey. "Es el candidato de la esperanza, una inspiración, un líder para el mundo. No quiere gobernar para un grupo de personas sino para todos. Muchos de nosotros queremos cambiar América, y él es el único que puede hacerlo".
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