jueves, octubre 23, 2008

El laboratorio del cambio



Las prisas y el caos en el cuartel general de Barack Obama, en el centro de Chicago, son tantas como puede imaginarse en el preludio de la batalla final. Los pasillos son una pista por la que corren de un lado a otro una multitud de muchachos con la excitación reflejada en el rostro. Otros muchos, apiñados en los escritorios, subrayan papeles y mueven sus dedos sobre el teclado mientras hablan por el teléfono pegado al hombro.

Las prisas y el caos en el cuartel general de Barack Obama, en el centro de Chicago, son tantas como puede imaginarse en el preludio de la batalla final. Los pasillos son una pista por la que corren de un lado a otro una multitud de muchachos con la excitación reflejada en el rostro. Otros muchos, apiñados en los escritorios, subrayan papeles y mueven sus dedos sobre el teclado mientras hablan por el teléfono pegado al hombro.

En la puerta de las oficinas, en el piso 11 de uno de los rascacielos de Michigan Avenue, hay un mensaje escrito en una pizarra que refleja la euforia de ver tan cercana la meta y advierte sobre el peligro del exceso de confianza: "Dos semanas, dos palabras: New Hampshire". New Hampshire es el Estado que Obama perdió contra todo pronóstico en las primarias demócratas después de su gran triunfo en Iowa.

Las oficinas centrales no son, en realidad, un buen reflejo de lo que ha sido la campaña del candidato demócrata. Aquí todo es desorden. Es difícil circular sin tropezarse con algún cable o alguna caja de golosinas o comida rápida. Las botellas de agua, los refrescos, las tazas de café reposan sobre cualquier artilugio con tanta naturalidad como si llevaran allí meses. Más que el local que sirve de laboratorio para el cambio político que se avecina en Estados Unidos, aquello parece el dormitorio de un colegio mayor.

La edad de los que ocupan el lugar contribuye a esa imagen. Es difícil ver en el abarrotado horizonte un rostro que parezca mayor de los 30 años. Y todos se emplean con la energía envidiable de esa edad. Es una fascinante concentración de entusiasmo juvenil, con su fuerza electrizante y toda su agotadora anarquía.

Gran parte de esa potencia transformadora se ha visto reflejada en la campaña de Obama. Sin embargo, la exposición pública del candidato ha conseguido permanecer ajena al desorden que se vive entre bambalinas. El mérito de esto corresponde, en gran medida, a David Plouffe, el director de la campaña, el hombre que, instalado en un pequeño despacho acristalado en el centro geográfico del piso, dirige todo este ejército de cientos -no existe una cifra oficial- de empleados y voluntarios. "Es un tipo impermeable al drama, es inmutable. Jamás levanta la voz, pero sabe mandar con firmeza", ha dicho de Plouffe su jefe, David Axelrod, el principal estratega de la campaña.

Los dos David, que colaboran desde hace ocho años y son socios en la misma empresa consultora de Chicago son, sin duda, los principales artífices del éxito de esta operación. Frente a los permanentes vaivenes y relevos en los equipos de sus rivales (primero Hillary Clinton y ahora John McCain), los dos David le han dado a Obama un sello de constancia y seriedad que ha resultado decisivo para convertir a un verdadero alevín de la política nacional en un creíble candidato presidencial.

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1 comentario:

  1. Las prisas y el caos en el cuartel general de Barack Obama, en el centro de Chicago, son tantas como puede imaginarse en el preludio de la batalla final. Los pasillos son una pista por la que corren de un lado a otro una multitud de muchachos con la excitación reflejada en el rostro.
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