El escándalo Madoff ha sacudido Wall Street -y al conjunto de la organización financiera internacional- en el peor momento, cuando los recientes desastres en ese ámbito atenazan los esfuerzos de la Administración estadounidense y la economía del gigante entra en una recesión de inquietante intensidad. Bernard Madoff, ex presidente del mercado tecnológico Nasdaq, operando a través de la sociedad intermediaria de su nombre, ha cometido un fraude evaluado en unos 50.000 millones de dólares, a través de lo que se conoce como método Ponzi, es decir, una estafa de carácter piramidal que consiste básicamente en retribuir los beneficios de unos inversores con el dinero de otros. Como Madoff estaba considerado uno de los gurús del sector, entre los damnificados aparecen grandes instituciones financieras, como Nomura, BNP Paribas o el Banco Santander y el BBVA en España, fondos de inversión o grandes fortunas de EE UU y otros países.
La magnitud del fraude -cinco veces superior, por ejemplo, a WorldCom o Enron-, la personalidad de Madoff y el delicado momento de los mercados financieros resaltan más si cabe las responsabilidades del caso y la ineficacia de las autoridades de supervisión y control, que una vez más no han sabido impedir el gigantesco timo. La Stock and Exchange Commission (SEC) no puede argüir dificultades invencibles, puesto que constan investigaciones y denuncias por indicios de irregularidades al menos desde 1992; tampoco puede escudarse en el anonimato de Madoff y su firma, dada la relevancia mundial, social y financiera, de ambos. A diferencia de los profundos agujeros dejados por la colosal depreciación de activos detonada por las hipotecas subprime, el caso Madoff no responde a un déficit de regulación ni a sinuosas lagunas legales; se trata de un engaño a gran escala de los que, casi por fuerza, dejan pistas e indicios.
Como Gescartera en España, fraude con el que tiene algunas coincidencias en el modus operandi, no en la escala, el escándalo Madoff socava radicalmente la confianza de los inversores, grandes o pequeños, en la seguridad y competencia de los supervisores; y pone de relieve, otra vez, la fragilidad de los sistemas de control de las finanzas internacionales, debilidad a la que en ocasiones no es ajena la connivencia entre los estafadores y los políticos y funcionarios encargados de velar por la legalidad de las inversiones. La supuestamente meticulosa fiscalización de la SEC ha fracasado en la tarea de impedir estafa tan colosal; sólo ha podido descubrirse tras la denuncia de los hijos del mago de las finanzas, asustados por las descomunales proporciones del engaño.
Visto desde España, donde el dinero evaporado suma centenares de millones de euros, resulta imprescindible que las entidades afectadas expliquen convincentemente por qué eligieron a Madoff, y que cuenten cómo piensan restaurar la confianza de los inversores.
Fuente: Editorial del diario El Mundo de España
La magnitud del fraude -cinco veces superior, por ejemplo, a WorldCom o Enron-, la personalidad de Madoff y el delicado momento de los mercados financieros resaltan más si cabe las responsabilidades del caso y la ineficacia de las autoridades de supervisión y control, que una vez más no han sabido impedir el gigantesco timo. La Stock and Exchange Commission (SEC) no puede argüir dificultades invencibles, puesto que constan investigaciones y denuncias por indicios de irregularidades al menos desde 1992; tampoco puede escudarse en el anonimato de Madoff y su firma, dada la relevancia mundial, social y financiera, de ambos. A diferencia de los profundos agujeros dejados por la colosal depreciación de activos detonada por las hipotecas subprime, el caso Madoff no responde a un déficit de regulación ni a sinuosas lagunas legales; se trata de un engaño a gran escala de los que, casi por fuerza, dejan pistas e indicios.
Como Gescartera en España, fraude con el que tiene algunas coincidencias en el modus operandi, no en la escala, el escándalo Madoff socava radicalmente la confianza de los inversores, grandes o pequeños, en la seguridad y competencia de los supervisores; y pone de relieve, otra vez, la fragilidad de los sistemas de control de las finanzas internacionales, debilidad a la que en ocasiones no es ajena la connivencia entre los estafadores y los políticos y funcionarios encargados de velar por la legalidad de las inversiones. La supuestamente meticulosa fiscalización de la SEC ha fracasado en la tarea de impedir estafa tan colosal; sólo ha podido descubrirse tras la denuncia de los hijos del mago de las finanzas, asustados por las descomunales proporciones del engaño.
Visto desde España, donde el dinero evaporado suma centenares de millones de euros, resulta imprescindible que las entidades afectadas expliquen convincentemente por qué eligieron a Madoff, y que cuenten cómo piensan restaurar la confianza de los inversores.
Fuente: Editorial del diario El Mundo de España
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