Foto: Archivo / EL TIEMPO
La Plaza Roja, el Kremlin y la catedral de San Basilio forman el corazón histórico de Moscú. Una postal clásica de la capital de la enorme Rusia.
La capital rusa es un destino que cautiva con historia remota, pasado reciente y un presente revolucionado y lleno de lujos.
Una parejita muy joven, los dos muy rubios, posiblemente hermanos, se acerca con un ramo de flores amarillas a la estatua del asesinado zar Alejandro II, a la vista de la monumental catedral reconstruida de Cristo el Salvador. Lo ponen a los pies del monarca.
¿Dejarle flores a un emperador muerto desangrado y con las piernas destruidas en 1881? Llama la atención. Cuando se les pregunta por qué, los jóvenes moscovitas miran con cierto recelo y esbozan una sonrisa. "Es el zar libertador", es la respuesta de manual y se alejan con rapidez.
Muchas cosas han cambiado en estos últimos quince años, que fue cuando este cronista estuvo por primera vez en la capital rusa. Ahora hay miles de avisos publicitarios por las calles y en los medios de transporte, descomunales embotellamientos de tránsito -conocidos acá como probka o corcho, en ruso-, y parejas que se animan a darse besos fogosos a la vista de cualquiera.
Las mujeres rusas se han occidentalizado en el vestir más rápidamente que los hombres, que todavía persisten en utilizar sus chaquetas negras de cuero.
El jean es un uniforme entre los jóvenes. Los proletarios automóviles Zil fueron reemplazados por BMW, Jaguar y Mercedes.
Hace quince años enseguida nos reconocían como extranjeros. Hoy se acercaban a preguntar una dirección como si fuéramos nativos. ¿Son solo cambios cosméticos? No hace falta ser un experto para descubrir que se ha vuelto a muchos valores y creencias sepultados durante más de siete décadas de comunismo, con agregados del mundo capitalista y de las sociedades de consumo. ¿Solo una moda o algo permanente? Veremos.
Moscú conserva sus propios laberintos inextricables para el turismo, como puede resultar el moverse solo por las calles o la extendida línea de subterráneo, sin guías, y sin conocer el alfabeto cirílico. Las estaciones y los nombres de las calles todavía están únicamente en cirílico. ¿Una barrera imposible de franquear? No.
En casi todos los hoteles se regalan mapas de la ciudad y del metro con los nombres en cirílico y en nuestro alfabeto. Por otra parte, animarse a tratar de reconocer los caracteres rusos y aprenderlos de memoria no lleva más de dos horas de estudio intenso.
No todas las esquinas tienen semáforos y algunas avenidas pueden ser peligrosas por el flujo de vehículos. Conviene buscar los pasos bajo nivel para peatones, fáciles de encontrar en toda la ciudad.
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