En una drástica intervención por parte del Estado en la gestión privada del sistema financiero, el presidente de EE UU, Barack Obama, impuso ayer un límite de 500.000 dólares (unos 386.000 euros) al salario total que pueden recibir al año los ejecutivos, así como otras fuertes restricciones en sus beneficios y gastos. El objetivo de esta medida, que irrita a Wall Street y afecta a la línea medular de la mayor potencia capitalista, es devolver la confianza de los inversores y del público en los bancos, como base sustancial para relanzar la economía.
Obama aseguró que ésta no es una acción indiscriminada contra la persecución de la riqueza, sino un intento de poner orden en una industria que había perdido la perspectiva y se había convertido en un escándalo nacional. "Esto es América", dijo el presidente. "No menospreciamos la riqueza. No castigamos a nadie por conseguir el éxito, y creemos que el éxito debe ser premiado. Pero lo que irrita justamente a los ciudadanos es que los ejecutivos sean premiados por su fracaso. Especialmente cuando esos premios están subsidiados por los contribuyentes estadounidenses".
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