Es probable que en otros tiempos los Estados Unidos hubieran resuelto con mayor rapidez aún de lo que lo hicieron el cruento conflicto con el grupo de piratas somalíes que retenía como rehén al capitán de un carguero de bandera de aquel país. Los días pasaban y eso ocurría a distancia de tiro de unidades de la Quinta Flota de la armada norteamericana.
Es posible también que, en tiempos en que las reglas de juego fácticas de la política internacional eran más claras, a nadie, ni siquiera a piratas de un país fallido y sin gobierno como Somalia, se le hubiera ocurrido llevar adelante, con tamaña osadía, un delito de tanta gravedad. Por añadidura, realizado contra ciudadanos y bienes de la mayor potencia militar del mundo.
Ese tipo de aventuras resultaba impensable cuando el mundo se dividía, en lo esencial, entre las sociedades libres y los Estados comunistas. Estamos en otro mundo, con delincuentes que por momentos se desplazan con más seguridad que antes y, como muchas veces sucede en nuestro propio país, casi con más inmunidades que las propias víctimas.
De todas formas, aquel dramático suceso del golfo de Adén ha concluido con la lógica de sangre y fuego que naturalmente siempre ha acechado a partir del instante en que la violencia se enseñorea en la relación entre los hombres o los Estados. Sólo el cinismo o el desconocimiento de la historia pretenden ignorarlo. Tres de los delincuentes que mantenían secuestrado en un bote al capitán Richard Phillips han terminado muertos por las balas certeras de tiradores apostados en una de las unidades de guerra de la armada norteamericana. Otro más fue detenido.
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Es posible también que, en tiempos en que las reglas de juego fácticas de la política internacional eran más claras, a nadie, ni siquiera a piratas de un país fallido y sin gobierno como Somalia, se le hubiera ocurrido llevar adelante, con tamaña osadía, un delito de tanta gravedad. Por añadidura, realizado contra ciudadanos y bienes de la mayor potencia militar del mundo.
Ese tipo de aventuras resultaba impensable cuando el mundo se dividía, en lo esencial, entre las sociedades libres y los Estados comunistas. Estamos en otro mundo, con delincuentes que por momentos se desplazan con más seguridad que antes y, como muchas veces sucede en nuestro propio país, casi con más inmunidades que las propias víctimas.
De todas formas, aquel dramático suceso del golfo de Adén ha concluido con la lógica de sangre y fuego que naturalmente siempre ha acechado a partir del instante en que la violencia se enseñorea en la relación entre los hombres o los Estados. Sólo el cinismo o el desconocimiento de la historia pretenden ignorarlo. Tres de los delincuentes que mantenían secuestrado en un bote al capitán Richard Phillips han terminado muertos por las balas certeras de tiradores apostados en una de las unidades de guerra de la armada norteamericana. Otro más fue detenido.
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