El gigante General Motors, la empresa que con su desarrollo hizo posible que millones de estadounidenses abrazasen la clase media y la compañía que mejor ejemplifica el sueño americano de los años 50, se tambalea y en unas horas, según ha admitido hasta la propia Casa Blanca, entrará en suspensión de pagos. Una decisión que supone el final de una época.
Tras cuatro meses de contactos entre el fabricante de Detroit y Washington, hoy, antes de la apertura de Wall Street, General Motors anunciará que se acoge al capítulo 11 de la ley de bancarrota de Estados Unidos, lo que equivale a declararse en suspensión de pagos, para reestructurarse y sobrevivir en un mercado muy diferente al que ha dominado durante 77 años y en el que ya no hay sitio para unos coches que han pasado a la historia por consumir ingentes cantidades de gasolina.
General Motors, que cedió a Toyota el liderazgo del mercado mundial de ventas un año antes de cumplir su centenario en 2008, basó su expansión inicial en la compra de sus principales rivales como Cadillac, Buick u Oldsmobile. No obstante, tras sentar las bases de su éxito bajo el mandato de Alfred Sloan en 1923, no fue hasta después de la II Guerra Mundial, coincidiendo con los felices cincuenta y el triunfo del modelo de Estados Unidos en la esfera internacional, cuando la compañía alcanzó su máximo esplendor de la mano de Charles E. Wilson. En un claro ejemplo de la estrecha relación que existía entre el fabricante de Detroit y el desarrollo de la primera potencia mundial, Wilson llegó a ser nombrado Secretario de Defensa por el entonces presidente, Dwight Eisenhower.
Una vez confirme su bancarrota, la cuarta más importante en la historia de Estados Unidos y la primera en el sector de las manufacturas, el futuro de General Motors pasará por el traspaso de sus activos de calidad a una nueva empresa en la que el Estado será el principal accionista con más de un 60% de sus acciones junto a los acreedores y los sindicatos, que recibirán a cambio de los 27.200 millones que les adeuda la empresa entre un 15 y un 25% de la nueva compañía.
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