Un atentado suicida causó 20 muertos y más de un centenar de heridos el pasado lunes en la república rusa de Ingushetia. El terrorista se introdujo en un patio del Ministerio del Interior al volante de una furgoneta cargada de explosivos. El presidente ruso, Dmitri Medvédev, aseguró que la matanza fue posible debido a graves fallos por parte de los responsables de seguridad, y cesó de manera fulminante al titular del departamento. Es probable que Medvédev tomara esta decisión no sólo por el atentado del lunes, sino también pensando en que el rápido y grave deterioro de la situación en Ingushetia requería una urgente respuesta política: el pasado mes de junio, el presidente de la república, Yunusbek Yevkúrov, resultó herido en un ataque y la semana pasada fue asesinado el ministro de Construcción, Ruslán Amirjánov.
Aunque, según los observadores, no es fácil distinguir los atentados perpetrados por las numerosas mafias locales de los que lleva a cabo la guerrilla, la violencia parece estar desplazándose desde Chechenia hacia otras repúblicas limítrofes. Putin y Medvédev se han limitado hasta ahora a denunciar la presencia de extranjeros en el Cáucaso, una región en la que, como hubo ocasión de comprobar durante el conflicto de Georgia, hace exactamente un año, Rusia está convencida de jugarse el estatuto de gran potencia mundial que pretende recuperar. Pero, extranjeros o no, lo cierto es que los indicios apuntan a que la guerrilla independentista chechena, a la que las tropas rusas se han enfrentado durante 15 años, ha ido incorporando elementos de la ideología islamista en detrimento de la estrictamente nacionalista. Uno de los efectos de esta transformación ha sido la ampliación del teatro de operaciones, afectando a Ingushetia y Daguestán.
Mientras Bush estuvo al frente de la Casa Blanca, el Gobierno ruso podía inscribir sus acciones en el Cáucaso dentro de la "guerra contra el terror". Con la llegada de Obama, las cosas han cambiado. Y si Rusia opta por una respuesta dura, similar a la que llevó a cabo en Chechenia o en Georgia -que, coincidiendo con esta nueva crisis, ha anunciado su retirada de la Comunidad de Estados Independientes-, tendrá que asumir sin subterfugios el coste internacional. Es verdad que eso nunca ha detenido a Putin y Medvédev, y ahí está el ejemplo de Osetia y Abjacia; pero tampoco ha logrado pacificar el Cáucaso.
Fuente: Editorial del diario El País de España
Aunque, según los observadores, no es fácil distinguir los atentados perpetrados por las numerosas mafias locales de los que lleva a cabo la guerrilla, la violencia parece estar desplazándose desde Chechenia hacia otras repúblicas limítrofes. Putin y Medvédev se han limitado hasta ahora a denunciar la presencia de extranjeros en el Cáucaso, una región en la que, como hubo ocasión de comprobar durante el conflicto de Georgia, hace exactamente un año, Rusia está convencida de jugarse el estatuto de gran potencia mundial que pretende recuperar. Pero, extranjeros o no, lo cierto es que los indicios apuntan a que la guerrilla independentista chechena, a la que las tropas rusas se han enfrentado durante 15 años, ha ido incorporando elementos de la ideología islamista en detrimento de la estrictamente nacionalista. Uno de los efectos de esta transformación ha sido la ampliación del teatro de operaciones, afectando a Ingushetia y Daguestán.
Mientras Bush estuvo al frente de la Casa Blanca, el Gobierno ruso podía inscribir sus acciones en el Cáucaso dentro de la "guerra contra el terror". Con la llegada de Obama, las cosas han cambiado. Y si Rusia opta por una respuesta dura, similar a la que llevó a cabo en Chechenia o en Georgia -que, coincidiendo con esta nueva crisis, ha anunciado su retirada de la Comunidad de Estados Independientes-, tendrá que asumir sin subterfugios el coste internacional. Es verdad que eso nunca ha detenido a Putin y Medvédev, y ahí está el ejemplo de Osetia y Abjacia; pero tampoco ha logrado pacificar el Cáucaso.
Fuente: Editorial del diario El País de España
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