Por Editorial Diario El Comercio
Dos años y medio después de una gestión caracterizada por el vértigo político y la polarización ideológica, el presidente Rafael Correa inicia un nuevo mandato que, en realidad, se vuelve el primero bajo el amparo de la nueva Constitución aprobada en Montecristi por una mayoría favorable al Jefe de Estado y ratificada por el pueblo en la consulta de septiembre de 2008.
Joven, inteligente, carismático y firme en sus decisiones, el Mandatario ha instaurado una época en la que el discurso radical y la dureza del mensaje todavía seduce, con inédita fuerza, a millones de ciudadanos que han visto en el Jefe de Estado la representación y la posibilidad del tan prometido cambio que ofrecieron gobernantes anteriores pero que, por distintas razones, nunca lo hicieron posible.
Esa esperanza que los ecuatorianos nunca perdieron está en manos del presidente Rafael Correa para los próximos cuatro años, con la posibilidad de que el pueblo pueda reelegirlo en el 2013 por otro período similar.
Por estas razones, el desafío que le espera al gobernante es gigantesco, pues no solamente tiene la responsabilidad de conducir al país hacia el progreso y el desarrollo, sino de rediseñar las estructuras de un Estado y trabajar por los sectores menos privilegiados en un marco democrático y plural.
Lamentablemente, el Presidente no ha demostrado una vocación tolerante y aglutinadora. Tampoco ha logrado que en las decisiones nacionales estratégicas se concretara una activa y amplia participación ciudadana por fuera de los intereses partidistas.
De una revolución ciudadana se esperan actitudes éticas y coherentes. Quedan cuatro años para ello.
Dos años y medio después de una gestión caracterizada por el vértigo político y la polarización ideológica, el presidente Rafael Correa inicia un nuevo mandato que, en realidad, se vuelve el primero bajo el amparo de la nueva Constitución aprobada en Montecristi por una mayoría favorable al Jefe de Estado y ratificada por el pueblo en la consulta de septiembre de 2008.
Joven, inteligente, carismático y firme en sus decisiones, el Mandatario ha instaurado una época en la que el discurso radical y la dureza del mensaje todavía seduce, con inédita fuerza, a millones de ciudadanos que han visto en el Jefe de Estado la representación y la posibilidad del tan prometido cambio que ofrecieron gobernantes anteriores pero que, por distintas razones, nunca lo hicieron posible.
Esa esperanza que los ecuatorianos nunca perdieron está en manos del presidente Rafael Correa para los próximos cuatro años, con la posibilidad de que el pueblo pueda reelegirlo en el 2013 por otro período similar.
Por estas razones, el desafío que le espera al gobernante es gigantesco, pues no solamente tiene la responsabilidad de conducir al país hacia el progreso y el desarrollo, sino de rediseñar las estructuras de un Estado y trabajar por los sectores menos privilegiados en un marco democrático y plural.
Lamentablemente, el Presidente no ha demostrado una vocación tolerante y aglutinadora. Tampoco ha logrado que en las decisiones nacionales estratégicas se concretara una activa y amplia participación ciudadana por fuera de los intereses partidistas.
De una revolución ciudadana se esperan actitudes éticas y coherentes. Quedan cuatro años para ello.
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