La Asamblea de la Organización de las Naciones Unidas se ha convertido en una plataforma, aprovechada en toda su dimensión, para enfilar las baterías contra Honduras. El doble discurso de quienes hablan de diálogo, de no a la violencia, de solución a la crisis, invocan el entendimiento y sugieren, organizan e integran comisiones, pero al mismo tiempo se aferran a ultimátums, amenazas y represalias evidencia el juego de la comunidad internacional, ajeno a los intereses del pueblo hondureño y al sistema democrático.
“Nuestros hermanos de América Latina, que han visto consolidar la democracia y la expectativa del bienestar en los últimos años, han decidido, con el apoyo de España y de la comunidad internacional, que van a ganar este desafío, el desafío de Honduras”, proclamaba el presidente español José Luis Rodríguez Zapatero, cuya política exterior está marcada por los intereses comerciales y financieros de empresas españolas en el hemisferio.
“La firme defensa de la democracia tiene ante todo un nombre y un país, Honduras”. He aquí otro no tan caballero que ha salido con lanza en ristre, pero sin la bendita locura del Hidalgo de la Mancha que le proporcionaría una visión de principios muy superiores a las oportunidades que aprovechan los capitales hispanos en Latinoamérica.
Los mandatarios del hemisferio desde el estrado del organismo mundial, tras su injerencia, unos directamente y otros solapadamente, en el regreso clandestino de Mel Zelaya piden la restitución del presidente depuesto, hoy “en la cárcel”, según sus palabras, en la embajada de Brasil, convertida en la fuente de un mayor riesgo de enfrentamiento y sepultura de los esfuerzos de San José.
Sólo hay una explicación para el aberrante y abusivo uso de las instalaciones diplomáticas en la precipitación de la crisis: el Consejo de Seguridad de la ONU al que aspira la nación suramericana y por el que el presidente Luiz Inacio Lula da Silva se está jugando la carta de Honduras con intereses de geopolítica y de aspiraciones hacia el organismo rector de la ONU.
Siga leyendo el editorial del diario La Prensa de san Pedro Sula, Honduras
“Nuestros hermanos de América Latina, que han visto consolidar la democracia y la expectativa del bienestar en los últimos años, han decidido, con el apoyo de España y de la comunidad internacional, que van a ganar este desafío, el desafío de Honduras”, proclamaba el presidente español José Luis Rodríguez Zapatero, cuya política exterior está marcada por los intereses comerciales y financieros de empresas españolas en el hemisferio.
“La firme defensa de la democracia tiene ante todo un nombre y un país, Honduras”. He aquí otro no tan caballero que ha salido con lanza en ristre, pero sin la bendita locura del Hidalgo de la Mancha que le proporcionaría una visión de principios muy superiores a las oportunidades que aprovechan los capitales hispanos en Latinoamérica.
Los mandatarios del hemisferio desde el estrado del organismo mundial, tras su injerencia, unos directamente y otros solapadamente, en el regreso clandestino de Mel Zelaya piden la restitución del presidente depuesto, hoy “en la cárcel”, según sus palabras, en la embajada de Brasil, convertida en la fuente de un mayor riesgo de enfrentamiento y sepultura de los esfuerzos de San José.
Sólo hay una explicación para el aberrante y abusivo uso de las instalaciones diplomáticas en la precipitación de la crisis: el Consejo de Seguridad de la ONU al que aspira la nación suramericana y por el que el presidente Luiz Inacio Lula da Silva se está jugando la carta de Honduras con intereses de geopolítica y de aspiraciones hacia el organismo rector de la ONU.
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