Atrincherado en su búnker en la embajada de Brasil, Manuel Zelaya siente cómo cada día que pasa se va estrechando el cerco de los golpistas. Los militares que han sitiado la sede diplomática, en el barrio de Palmira, sólo permiten el paso a los funcionarios de la ONU que entregan los alimentos al centenar de partidarios del presidente derrocado de Honduras.
"Resistiremos hasta que los golpistas dejen el poder; este país no volverá a la calma mientras su presidente esté encerrado", comentó Zelaya a La Nacion en una entrevista tan surrealista como la propia situación política del país.
El entrevistado está a tan sólo unos metros del cronista, pero la conversación debe realizarse de celular a celular por la intransigencia del contingente militar que custodia la embajada brasileña. Transcurridos unos minutos de charla, la señal se corta, algo habitual en esta Honduras en la que reina una muy particular "normalidad constitucional".
A pesar de la enorme presión ejercida por el régimen, que ya ha allanado las casas aledañas a la embajada, Zelaya habla relajado, sin apresurarse. Afirma que el régimen ha contestado a su oferta de diálogo "reprimiendo al pueblo" con bombas lacrimógenas y balas, detalla que algunos "países amigos" y también ciudadanos hondureños lo ayudaron a entrar en el país "como turista", y denuncia que teme una maniobra del gobierno de facto de Roberto Micheletti para matarlo y "simular un suicidio".
Siga leyendo la entrevista que trae el diario La Nación de Buenos Aires
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