A pesar de los mutuos beneficios que ella viene produciendo desde hace un par de decenios, la relación Chile-Perú no logra salir de un clima de permanente puesta a prueba. En ambos países hay descontentos que quisieran otra cosa, si bien esa cosa rara vez es detallada al grado de cuajar en una propuesta. Sin embargo los halcones presentan cada incidente como el acto final en una tragicomedia de equivocaciones.
Es demasiado temprano para saber si el incidente del espía Víctor Ariza más las reacciones de cada uno de los gobiernos (Perú indignado, Chile negándolo todo) puede desviar el curso de la relación bilateral. Pero unido al tema de las compras militares chilenas, el incidente establece un nuevo récord en el sentimiento de muchos peruanos de no estar siendo tomados en serio por el vecino del sur.
En el 2006 Alan García puso en evidencia que la rivalidad con Chile se estaba trasladando al terreno fructífero de la competencia comercial, y que lo haría más en el futuro. Lo cual puso en un segundo plano la cultura corporativa de una Fuerza Armada que vivía aprestándose para una revancha con Chile, la cual todavía considera inevitable. La contraparte de esto han sido los sueños etnogeopolíticos del pinochetismo militar.
La presión por restablecer el eje militar como central en la relación bilateral ha sido paralela y fuerte en ambos países, sobre todo por consideraciones presupuestales, de política interna y de celo profesional. En todo momento han sobrado políticos civiles para acompañar ese esfuerzo. No olvidemos que estamos ante dos Fuerzas Armadas puestas en su sitio por movimientos democráticos y poderes civiles.
El destape del espía a días de las elecciones chilenas, en pleno viaje de los presidentes de Chile y Perú a las antípodas, lleva la marca de la sorpresa, y se presta a las más variadas especulaciones. La pregunta es si por sí mismo él va a tener efectos duraderos. Aún no sabemos, pero el caso sirve para confirmar que las buenas relaciones entre estos países son en sí mismas una tarea bilateral y permanente.
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Es demasiado temprano para saber si el incidente del espía Víctor Ariza más las reacciones de cada uno de los gobiernos (Perú indignado, Chile negándolo todo) puede desviar el curso de la relación bilateral. Pero unido al tema de las compras militares chilenas, el incidente establece un nuevo récord en el sentimiento de muchos peruanos de no estar siendo tomados en serio por el vecino del sur.
En el 2006 Alan García puso en evidencia que la rivalidad con Chile se estaba trasladando al terreno fructífero de la competencia comercial, y que lo haría más en el futuro. Lo cual puso en un segundo plano la cultura corporativa de una Fuerza Armada que vivía aprestándose para una revancha con Chile, la cual todavía considera inevitable. La contraparte de esto han sido los sueños etnogeopolíticos del pinochetismo militar.
La presión por restablecer el eje militar como central en la relación bilateral ha sido paralela y fuerte en ambos países, sobre todo por consideraciones presupuestales, de política interna y de celo profesional. En todo momento han sobrado políticos civiles para acompañar ese esfuerzo. No olvidemos que estamos ante dos Fuerzas Armadas puestas en su sitio por movimientos democráticos y poderes civiles.
El destape del espía a días de las elecciones chilenas, en pleno viaje de los presidentes de Chile y Perú a las antípodas, lleva la marca de la sorpresa, y se presta a las más variadas especulaciones. La pregunta es si por sí mismo él va a tener efectos duraderos. Aún no sabemos, pero el caso sirve para confirmar que las buenas relaciones entre estos países son en sí mismas una tarea bilateral y permanente.
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