Benjamin Netanyahu está en problemas. Diferentes protagonistas lo tironean en distintas direcciones y no está claro que el primer ministro israelí esté en condiciones de encontrar, en esa difícil encrucijada, la fórmula mágica que le permita permanecer a flote.
El estallido actual está relacionado con el tema de Jerusalén, uno de los más delicados en la agenda de Medio Oriente y también uno de los más importantes para Netanyahu. Y eso hace más compleja la situación.
El premier israelí debe lidiar con una crisis en las relaciones con su gran aliado, Estados Unidos; con el estancamiento prolongado en el proceso de paz con los palestinos y con las presiones internas en su propia coalición. Mientras la derecha -dentro y fuera de su gobierno- le exige no ceder, parte de sus socios laboristas advierten que "así no se puede seguir" y que si no se avanza en el proceso de paz, no tendría sentido permanecer en la coalición.
Probablemente lo que más preocupa a Netanyahu es la crisis con Estados Unidos, que el actual embajador en Washington Michael Oren, calificó como "la peor en los últimos 35 años". Aunque no todos sus colegas y antecesores concuerdan con la definición, la tensión es más que evidente.
La crisis, cabe recordar, se precipitó con el incidente ocurrido durante la reciente visita del vicepresidente Joe Biden a Israel, que coincidió con el anuncio de la decisión de construir 1600 nuevas casas en un barrio judío de Jerusalén Oriental. Cuando Netanyahu pensó que todo estaba superado y que sus aclaraciones a Biden habían sido aceptadas, llegó una fuerte reacción del gobierno de Obama, con un esfuerzo evidente por hacer públicas las discrepancias con Israel.
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