La excitación inicial del triunfo de Barack Obama con su reforma de salud deja paso ahora a una seria realidad política: debe venderle este hito legislativo a un electorado enojado e impredecible, que aún se tambalea bajo el azote de la recesión. Es posible que los votantes no se lo compren. Y eso podría significar un desastroso año de elecciones de mitad de período para Obama y los demócratas.
"Hemos demostrado que este gobierno -un gobierno del pueblo y por el pueblo- aún trabaja para el pueblo", dijo Obama anteayer, al inicir su campaña para "venderle" la reforma a los norteamericanos desde la Casa Blanca, una hora después de que el gobierno aprobara la medida. "No es una reforma radical, pero es importante -añadió-. Así es como se ve el cambio."
Es seguro que Obama y los demócratas buscarán lograr un muy necesario ascenso político con la reforma, un verdadero hito para la joven presidencia y para el partido demócrata, después de décadas de intentos de reformar el sistema de salud. Pero no hay garantía de que lo consigan. Por ahora, Obama está saboreando la victoria: se lo ve fuerte por haber logrado algo en una ciudad que muchos estadounidenses detestan. Pero la recompensa podría ser olvidada en noviembre.
Esta temporada de campaña ha sido despiadada para la Casa Blanca y el Partido Demócrata, con una gran pérdida en las elecciones del Senado en Massachusetts y retiros en el Congreso. Y las condiciones parecen maduras para que el electorado castigue al partido gobernante.
Los votantes están furiosos. Su mayor preocupación es la economía. Y el desempleo, que bordea el 10%. También están divididos con respecto al plan de salud: no saben si es bueno para una nación con un enorme déficit presupuestario y una deuda creciente. Aun así, Obama tranquilizó a la masa demócrata. "Será lo más inteligente desde el punto de vista político, porque creo que las buenas medidas son buena política", dijo el sábado pasado en el Capitolio.
Cerca de allí, enfurecidos manifestantes del Tea Party protestaban contra la medida y prometían echar a los legisladores que la respaldaran. Algunos aullaban epítetos raciales contra los legisladores negros. Los manifestantes volvieron anteayer, con el mismo mensaje: "Muerte a la ley" ("Kill the Bill").
Antes de la votación, una encuesta de Gallup reveló que la mayoría de los estadounidenses creen que la medida empeorará las cosas para el país y para ellos. Casi todos los sondeos revelan que a la mayoría no le gusta el plan, aunque hay estudios que demostraron que algunos aprueban elementos individuales.
Tampoco se sabe cómo tratarán los votantes a los republicanos. Algunos puntos de la reforma entran en vigor de inmediato, y la oposición podría ser considerada obstruccionista si al electorado le gustan estas medidas y la economía mejora. De ahora en adelante, Obama y los demócratas promoverán los beneficios de la reforma mientras contrarrestan las protestas republicanas, y el presidente se concentrará en la preocupación más urgente: los empleos. Tal vez eso le gane más el cariño de los votantes.
La preocupación inmediata de Obama es mantener la mayoría demócrata en el Congreso. Falta bastante para su reelección, pero es casi seguro que la Casa Blanca ha empezado a concentrarse en ese tema. Su porcentaje de aprobación llega casi al 50%, y es posible que no aumente pese a que invirtió tanto capital político de riesgo.
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