La decisión de Google de no seguir censurando sus búsquedas en China va a tener imprevisibles consecuencias. De entrada, compromete al Gobierno de Pekín. En lugar de conseguir, como hasta ahora, que sea la empresa la que haga el trabajo sucio en un ejercicio de autocensura, serán las propias autoridades chinas las que deberán tomarse la molestia de censurar todo lo que no quieren que circule a través de Google. No hay duda de que no se les van a caer los anillos por hacerlo.
Pero en Estados Unidos este conflicto no se contempla sólo como un atentado más a la libertad de expresión, sino, también, como un entorpecimiento a la actividad comercial de sus compañías. Washington ya ha advertido que puede llevar el caso a la Organización Mundial del Comercio. La Cámara de Comercio Americana en Pekín detectó en una encuesta que las compañías norteamericanas temen una erosión de sus ventas en China debido a nuevos protocolos en la compra pública de material tecnológico. Pekín los defiende alegando que son para proteger a la industria local, pero puede sonar a represalia.
China ha desplegado una trasnochada artillería anticolonialista para combatir a Google. Dudando de que su decisión sea sólida, ha recordado que el fabricante de tejanos Levi-Strauss abandonó el país alegando violaciones de los Derechos Humanos pero regresó en 2008.
Google sigue teniendo intereses comerciales en aquel país y puede ser castigada por lo sucedido. Algunos analistas, contemplando sólo el aspecto comercial y empresarial del conflicto, consideran que se trata de una decisión poco arriesgada en el corto plazo -Google en China representa como máximo el 2% de los ingresos de la compañía-, pero "sin sentido" en el largo plazo y en un mercado de búsquedas que crece el 40% anual.
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