jueves, abril 22, 2010

Haití vuelve a latir

Con la pierna amputada y apoyándose en unas muletas, delante de los escombros de la casa donde quedó atrapada, Roseméne Jean ha vuelto a montar su puesto de mangos, habichuelas y otras viandas que le traen del campo. "Hay días que las molestias son terribles y tengo que recoger a las pocas horas", admite con el gesto doliente esta mujer de 52 años, "pero mis tres hijos tienen que comer y no tenemos otro modo de salir adelante".

Roseméne vive en uno de tantos campamentos a la altura del número 33 de Delmas, la ruidosa y caótica Gran Vía de Puerto Príncipe, tomada al asalto todos los días por cientos de comerciantes callejeros ante un paisaje espectral de edificios reventados en cada esquina. La jornada empieza para ella a las seis de la mañana y concluye muchas veces con apenas de 100 gourdes en el bolsillo (el equivalente a dos euros).

Los médicos del campamento ya le han dado el alta, pero le han advertido que se está jugando la salud y la vida en la calle. Roseméne les ha dicho que no puede consentir que sus hijos mueran de hambre. A su marido le perdió la pista mucho antes del terremoto, "posiblemente esté muerto". El sueño que la mantiene viva las noches de lluvia es poder estrenar cuanto antes la prótesis. "La humedad me está matando"...

Así está Haití a los cien días del terremoto: renqueante y maltrecha, pero tremendamente viva. El canto tempranero del gallo pone en marcha un trepidante tren humano que desciende desde las colinas de Petionville a los pies de la catedral en ruinas. Los puestecillos surgen por doquier entre los cascotes; el olor a podredumbre y muerte forma ya parte de la rutina diaria de estos tres largos meses, y los que aún quedan.

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