La época de Obama no ha cambiado el estereotipo sobre cómo debe ser un jefe militar norteamericano. Sobre sus modales toscos, su pésima consideración de los políticos, su desprecio de los europeos y sobre todo de los franceses, y lo que es más grave, su escaso sentido de la autoridad presidencial y de la jerarquía entre las instituciones, algo que siempre hace temer lo peor en cuanto a sus ideas sobre las relaciones entre poder civil y poder militar. Lo único que ha cambiado con la época es la rapidez y eficacia de las comunicaciones: estas cosas se saben más y mejor que antes y se publican en estupendos reportajes y saltan a la escena incluso antes de que lleguen los ejemplares a los quioscos.
El lunes por la noche empezó a chisporrotear, ayer atizó fuerte la tormenta y hoy terminará con un rayo presidencial que debería teóricamente fulminar al militar deslenguado y pretoriano. Pocas disculpas pueden serle útiles a Stanley McChrystal, el general al cargo de la pieza más delicada del tablero militar norteamericano, el Afganistán sin orden ni solución donde campan los talibanes. En el reportaje de Rolling Stones sólo queda un títere con cabeza: Hillary Clinton. El resto, desde el presidente Obama hasta la OTAN, pasando por el vicepresidente Biden, el consejero de Seguridad Jones, el enviado especial Richard Holbrooke o un ministro francés, quedan de gilipollas para arriba.
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