Los colombianos optan rotundamente por consolidar los logros de la etapa Uribe. La abrumadora victoria del candidato oficialista Juan Manuel Santos en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales muestra hasta qué punto los colombianos han preferido consolidar los progresos de la era Uribe al idealismo y la ingenuidad política del ex alcalde de Bogotá, Antanas Mockus. El continuismo certificado por las urnas, al igual que la enorme abstención característica de Colombia, debería servir al presidente electo para evitar algunos de los errores y escándalos que han marcado la larga etapa de Álvaro Uribe, pese a la sostenida popularidad del mandatario saliente.
Santos, educado en EE UU, ha obtenido un inobjetable mandato para lidiar con los principales problemas de Colombia, algunos tan viejos como las declinantes guerrillas. Como titular de Defensa, el heredero político de Uribe ha dirigido los golpes más importantes asestados a las acorraladas FARC, una estrategia de confrontación absoluta que ha prometido mantener inmediatamente después de conocer su rotunda victoria electoral. Otros retos, como el déficit público o el elevado paro, son menos llamativos informativamente, pero parece claro que la agenda del próximo presidente colombiano, economista de formación, deberá ser mucho más social que la de su predecesor. El masivo voto del ámbito rural le recuerda que resulta imperativo combatir con denuedo las desigualdades sangrantes y la corrupción en un país donde casi la mitad de sus 45 millones de habitantes viven en la pobreza. Presumiblemente no le faltará apoyo parlamentario para construir una coalición funcional cuando asuma el cargo, en agosto; ya anuncian su colaboración los partidos conservadores y parte de la oposición liberal.
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