Es una de las escenas más curiosas de la iconografía real de España, abundante en óleos de Tiziano sobre la reina Isabel de Portugal, de Velázquez sobre la reina Margarita de Austria y de Goya sobre la reina María Luisa de Parma. En este caso se trata de la reina Sofía, esposa de Juan Carlos I, actual monarca español, y los jugadores de la selección de fútbol que el miércoles vencieron a Alemania y el domingo podrían coronarse campeones del mundo.
A diferencia de los cuadros clásicos, no corresponde a un retrato ecuestre ni un estudio de gabinete, sino a una insólita secuencia que grabó la cámara personal del portero suplente: la soberana llega al camerino, donde impera el desorden propio de las gestas deportivas: gritos entusiastas, agua derramada, guayos tirados en el piso, camisetas sudorosas en las bancas, restos de esparadrapo, medias untadas de verdín del césped...
Los jugadores, que no esperaban la real visita, prorrumpen en aplausos cuando ven, para su sorpresa, que la mismísima soberana entra al vestuario, aplaudiendo a su vez y felicitando a los futbolistas. Lleva un traje rojo, el color insignia, y viene en representación del rey, que no pudo viajar a Sudáfrica.
Como obliga el protocolo, ha de darle la bienvenida el capitán del equipo. Y así ocurre: Carles Puyol, que media hora antes había anotado el gol de la victoria y cinco minutos antes estaba en la ducha, se acerca a saludar a doña Sofía, sin reparar en que su atuendo es una simple toalla alrededor de la cintura. A los gritos de "¡Puyi, Puyi!", proferidos por sus compañeros, el atleta semidesnudo agradece a la reina su presencia. Poco después, ella se retira sonriente en medio de una nueva ovación.
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