A vista de pájaro, el nuevo mapa político de México después de las elecciones del domingo parece mostrar casi un solo color, o más bien los tres colores de la bandera del PRI. Pero esa visión es sólo un espejismo. A ras de tierra, la cartografía es mucho más compleja. No hay grandes vencedores ni grandes derrotados en los comicios locales. Y las espadas siguen en alto para el gran duelo político de 2012: las elecciones presidenciales.
El PRI se jugaba el domingo mucho más que el gobierno de algunos estados y alcaldías. Sus dirigentes barruntaban una victoria aplastante que catapultaría al partido de nuevo al poder central dentro de dos años. Con el presidente Felipe Calderón contra las cuerdas por unos carteles de la droga más envalentonados que nunca, el PRI creyó ver el escenario ideal para la gran revancha política contra el Partido de Acción Nacional (PAN), diez años después de haber sido desalojado de su hábitat natural: el poder.
Era la ocasión idónea para entrar en la residencia oficial de Los Pinos por la puerta grande, con las cananas llenas de votos, y dictarle al presidente Calderón, con puntos y comas, el acuerdo político nacional contra el crimen organizado que el mandatario quiso firmar la semana pasada con todas las fuerzas políticas después del asesinato de Rodolfo Torre Cantú, el candidato del PRI al gobierno de Tamaulipas.
Pero las elecciones -marcadas por esa violencia persistente del narcotráfico- no fueron el paseo triunfal soñado por el PRI. El partido impuso sus candidatos a gobernador en nueve de los 12 estados en disputa, arrebatando dos de ellos (Aguascalientes y Tlaxcala) al PAN y uno (Zacatecas) al izquierdista Partido de la Revolución Democrática (PRD).
Pero el PRI perdió las elecciones en tres baluartes que creía asegurados: Oaxaca, Puebla y Sinaloa. Sólo en términos numéricos, el padrón electoral de estos tres estados supone el 11 por ciento del total del país (unos 11 millones de habitantes), mientras que los tres estados arrebatados por el PRI a sus rivales políticos apenas representan un 3 por ciento del padrón. Es decir, el PRI no gana sino que pierde población gobernada bajo sus siglas. Pero todavía mantiene el poder en 19 de los 32 estados del país.
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