Una de las frustraciones de las comunidades de latinos en Estados Unidos con el presidente Barack Obama ha sido su negativa a impulsar la reforma migratoria. Después de conseguir el 68 por ciento de los votos de esta minoría étnica en las elecciones del 2008, el mandatario despachó el esfuerzo de legalización de 11 millones de indocumentados al vagón de cola de sus prioridades, detrás de la salud, el sector financiero, el paquete de estímulos y la energía.
Casi un año y medio tuvieron que esperar los 46,8 millones de latinos que viven en el país del norte para que Obama diera el jueves pasado el primer discurso sobre políticas de inmigración de su gobierno. El momento es propicio: hace unos meses, el estado fronterizo de Arizona aprobó una norma local que persigue a extranjeros sin papeles, mexicanos principalmente, y ahora otros 20 estados están considerando la expedición de legislaciones similares. Al mejor estilo del actual inquilino de la Casa Blanca, la alocución contó con altas dosis de loas a la "nación de inmigrantes" y un inequívoco apoyo a una ley que regularice la situación de los ilegales. Sin embargo, se abstuvo de esbozar una clara hoja de ruta para que la iniciativa migratoria transite por el Congreso norteamericano en año de elecciones de mitaca. En palabras de los directivos de La Raza, una de las organizaciones más influyentes que trabaja por los derechos de los inmigrantes, "un discurso por sí solo ya no es suficiente".
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