Los emigrantes en Arizona pueden respirar tranquilos por ahora. Veinticuatro horas antes de que entrara en vigor la polémica ley SB1070, Bolton la ha bloquedo parcialmente, eliminando los capítulos más controvertidos que podrían dar pie a lo que se conoce como racial profiling o caracterización racial.
Se trata de una guerra entre el poder estatal y el federal que seguramente acabará dirimiéndose en el Supremo. Sin embargo, para muchos hispanos Arizona ya nunca será igual.
Hasta hace poco se trataba de un estado que evocaba al viajero paisajes agrestes, extrañas formaciones rocosas, la mancha verde del cactus Saguaro en medio de llanuras interminables. El eco inevitable de los westerns que vimos en las películas de sobremesa, cuando los vaqueros y los indios aún no soñaban que un día la batalla por la legitimidad y el territorio proseguiría bajo el nombre de SB1070.
Ahora quien pise Arizona sabe bien que la escaramuza que se libra ya ha provocado la desbandada entre miles de inmigrantes indocumentados. Como aves confundidas en temporada migratoria, han perdido la brújula que los llevaba hasta las cocinas de los restaurantes o los campos por sembrar, donde su esforzada y barata mano de obra es su único seguro de vida.
Es verdad que este rojizo y agrietado territorio es seco y la serpiente no tiene donde ocultarse bajo la luz que cae de plano, pero el trabajador sin papeles que logró pasar la frontera escapando de la pobreza del sur, ha hecho su cobijo temporal del paisaje foráneo y en otra lengua; las jornadas de sol a sol han valido la pena por las remesas que envían a sus familiares; por los hijos que les nacen con los derechos de un ciudadano con todas las de la ley; por la satisfacción que produce tener la certeza de que las generaciones venideras sí podrán contar que lo suyo fue el sueño americano.
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