La única entrevista que Íngrid Betancourt concedió inmediatamente después de ser rescatada de su secuestro fue a Larry King, el entonces periodista estrella de CNN. Pero los televidentes quedaron en vilo porque Íngrid se negaba a responder muchas de las preguntas diciendo: “Creo que hay cosas que tienen que quedarse en la jungla”.
Sin embargo, dos años y dos meses después, Íngrid decide romper su silencio con un libro titulado No hay silencio que no termine, que será lanzado el martes de esta semana en 14 países y en seis idiomas. Muy pocos autores en el mundo tienen el privilegio de hacer un lanzamiento con estos alcances. En el caso de Íngrid, no es solo su historia personal sino la calidad misma del libro la que lo hace atractivo. La ex candidata comenzó a escribirlo desde su rescate y el resultado son 712 páginas de un testimonio muy personal escrito con una habilidad literaria sorprendente. El escritor Héctor Abad, uno de los pocos colombianos que lo han leído, lo definió como un tratado de la maldad que se convertirá en un “clásico de la historia y de la literatura colombianas”.
SEMANA presenta el capítulo La fuga de la jaula.
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Había tomado la decisión de escaparme. Era mi cuarto intento de fuga, pero después del último las condiciones de nuestro cautiverio se habían vuelto aún más terribles. Nos habían metido en una jaula construida con tablas y un techo de zinc. Faltaba poco para el verano. Llevábamos más de un mes sin aguaceros en la noche. Y un aguacero nos era absolutamente indispensable. Noté que una de las tablas en una esquina de nuestro cuartucho empezaba a podrirse. Empujando la tabla con el pie logré rajarla lo suficiente para crear una abertura. Así lo hice una tarde, después del almuerzo, mientras el guerrillero de guardia cabeceaba, medio dormido, de pie, apoyado al fusil. El ruido lo asustó. Se acercó, nervioso, y le dio la vuelta entera a la jaula, despacio, como una fiera. Yo lo seguía, espiándolo por entre las rendijas de las tablas, conteniendo el aliento. Él no podía verme. Dos veces se detuvo, incluso pegó el ojo a un hueco y nuestras miradas se cruzaron por un segundo. El hombre saltó hacia atrás, espantado. Luego, como para recobrar su compostura, se plantó frente a la entrada de la jaula. Esa era su revancha: no quitarme los ojos más de encima.
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