La tradición de inestabilidad democrática en Ecuador terminó convirtiendo una protesta laboral de la Policía -uno más de los grupos que semana a semana salen a las calles a cuestionar las medidas del Gobierno de Rafael Correa- en un "intento de golpe de Estado".
Este brutal cambio de percepción de lo que parecía un simple y doméstico motín fue alimentado por la agresión con gases lacrimógenos que sufrió el Presidente en el Regimiento Quito de Policía al intentar convencerlos de que la ley los beneficia, y por su dramática evacuación hacia el vecino hospital.
Con el paso de las horas, este lugar terminó convertido en el centro de operaciones del Presidente, que así como denunciaba estar rodeado y secuestrado y lanzaba mensajes de que su vida estaba en peligro, atendía por teléfono las llamadas de la prensa y de los presidentes de la región, recibía a asambleístas y a representantes de la Policía sublevada, y también a su canciller, que desde el palacio de Carondelet había pedido a los ciudadanos ir a "rescatar" al mandatario.
Como le dijo un joven e ingenuo policía a EL TIEMPO, este jueves desde los alrededores del hospital: "No entiendo cómo el Presidente dice que está secuestrado si no ha hecho un solo intento por salir (...)".
Y cómo no mencionar el ya muchas veces probado mecanismo de organización de su partido político, que, ante la mínima alarma, es capaz de movilizar a miles de personas en apoyo de su líder.
Al final de la jornada un triunfante Correa, bandera en mano y lágrimas en las mejillas, salió a celebrar la victoria de ser el primer presidente ecuatoriano de la última década capaz de vencer un "golpe de Estado".
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