Tras una puerta de vidrio, unos 50 periodistas esperábamos la salida del presidente Rafael Correa del ala del hospital policial en donde se encontraba secuestrado en el norte de la capital, en uno de los momentos más dramáticos de la historia contemporánea del Ecuador.Cada vez que uniformados entraban o salían del sitio ubicado en el tercer piso, parecía inminente el rescate del Mandatario, que ya había estado unas 10 horas “descansando”, primero en la habitación 326 y luego en la 302. Pero Correa no aparecía.
Unos 40 miembros del Grupo de Operaciones Especiales (GOE) de la policía ingresaron completamente equipados con el fin de sacar al presidente. Abajo, sus compañeros insubordinados habían formado una “calle de honor”, para despedirlo. Eso creíamos. “Ya, queremos que se vaya”, exclamó una mujer cabo que no quiso identificarse, pero entonces se rumoreaba que Correa no quería salir porque no había garantías para su seguridad. Bruscamente empezaron los disparos que nos anunciaron la llegada de los militares que venían a rescatar al presidente. “¬¡Aléjense de las ventanas!”, gritaban los periodistas más experimentados, mientras la intensidad de los gases lacrimógenos alcanzaba el pasillo y nos obligaba a permanecer agachados o tirados al piso junto con médicos y enfermeras.
Las ráfagas hicieron que varios miembros del GOE salieran apresurados, empujando a los que aguardaban tras la puerta, y se lanzaran por una escalera. “¬¡Los militares están disparando a los policías!” , se escuchó gritar a uno de ellos. Y ese grupo, salía a defender a sus compañeros? Nadie se animaba a asegurarlo. Mientras la balacera aumentaba, los demás miembros del GOE se apoderaron del pasillo y otra vez, a empellones, trataron de llegar a la misma escalinata. En medio de ellos, entonces sí, iba Correa, en una silla de ruedas.
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