martes, noviembre 16, 2010

Obama regresa debilitado a un Washington que ahora le es hostil



Tras constatar los límites de su influencia en EE.UU. con la derrota demócrata en las legislativas del 2 de noviembre, Barack Obama concluyó el domingo su gira extranjera más larga y regresó a Washington con una constatación similar: también en el extranjero su influencia ha menguado. La obamamanía, aquí y en el resto del mundo, se ha diluido. La guerra de Afganistán vuelve a marcar la agenda política en Estados Unidos y ocupará al presidente Barack Obama en los próximos meses. The New York Times reveló ayer un plan de la Administración Obama para transferir progresivamente el control de Afganistán a las fuerzas armadas de este país, con el objetivo de que Estados Unidos pueda dar por terminada la fase de combate, iniciada hace nueve años, en el 2014. La filtración de este plan alimenta la confusión sobre la estrategia afgana de Obama, en vísperas de la cumbre de la OTAN, esta semana. Hasta ahora el presidente había hablado sólo de una fecha, verano del 2011. Era entonces cuando las tropas estadounidenses debían empezar a reducirse, pero los mandos militares no han dejado de cuestionar la fecha, que cada vez parece más condicionada por la evolución de la guerra. A estas dudas se añaden las divisiones entre el presidente afgano, Hamid Karzai, y el jefe militar de EE.UU. en Afganistán, el general David Petraeus, expuestas este fin de semana en la prensa estadounidense.

Los asesores del presidente promovieron la gira de diez días a Asia como una viaje destinado a crear empleo. El paro elevado y la lenta recuperación de la economía explican, según la Casa Blanca, que los electores diesen la victoria a los republicanos, que a partir de enero, cuando el nuevo Congreso de constituya, controlarán la Cámara de Representantes y podrán bloquear las iniciativas de Obama.

Para el presidente, el mayor trofeo del viaje debía ser un acuerdo de libre comercio con Corea de Sur. Las diferencias sobre la exportación de automóviles y carne estadounidense lo impidieron. También en Corea del Sur, Obama tuvo que escuchar críticas de sus principales socios y competidores –desde China a Alemania– sobre la apreciación de dólar y sobre sus políticas de estímulo económico, que contrastan con la austeridad que ahora impera en la Unión Europea.

El debate es similar al que desde ayer Obama encontró en Washington. Un Washington transformado por las elecciones, en el que desembarca una nueva generación de políticos conservadores que repudian el gasto público y quiere reducir el déficit pero sin subir impuestos.

El Partido Demócrata ha perdido la iniciativa. Con menos legisladores y más de izquierdas, la todavía presidenta de la Cámara, Nancy Pelosi –responsable, con Obama, de los males del país, según la oposición– es la favorita para ser elegida líder de la minoría demócrata.

Los equilibrios han cambiado, y ahora el presidente es un líder atado de manos. "Aislado" –como escribía hace unos días el diario capitalino Politico– de los líderes demócratas que le echan la culpa por la derrota, del mundo de la empresa, obviamente de los republicanos e incluso de los medios de comunicación menos ideológicos, que en el 2008 celebraron su victoria al unísono. Un ejemplo de esta creciente hostilidad la daba el domingo The Washington Post, que abría su suplemento dominical con un artículo –firmado por Patrick Caddell y Douglas Schoen, estrategas de la órbita demócrata– titulado: "Uno y ya está". Caddell y Schoen argumentan que, para pasar a la historia como un gran presidente, lo mejor que podría hacer Obama es anunciar ahora mismo que en el 2012 no volverá a presentarse. Esta es, según los articulistas, la única manera de evitar dos años de bloqueo legislativo y "sacar el veneno de nuestra cultura de la polarización y acabar con el resentimiento y la división que han erosionado nuestra identidad nacional y nuestro propósito común".

El artículo, discutible en su argumentación, es sintomático del ambiente en Washington: Obama ya no es infalible. Lo empezará a constatar a partir de esta semana, cuando el Congreso saliente aborde qué hacer con las rebajas fiscales que el republicano George W. Bush impulsó al inicio de su mandato. Las rebajas expiran el 31 de diciembre. Si el Congreso no actúa, los estadounidenses soportarán una carga fiscal a partir del 2011 que podría precipitar al país hacia una nueva recesión.

Los republicanos quieren prolongar las rebajas fiscales indefinidamente, lo que amenaza con dejar un agujero fiscal que todavía engrose más el déficit. Obama, en principio, sólo quiere prolongarlas para quienes ganen menos de 200.000 dólares anuales (o 250.000 en el caso de las familias): una subida de impuestos para los más ricos.

En los últimos días, la Casa Blanca ha enviado señales de estar dispuesta a un compromiso para prolongar las rebajas, como mínimo temporalmente. El acuerdo medirá la capacidad de consenso en un Washington más polarizado y dividido, y abocado al bloqueo tras las legislativas.

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