El escándalo que ha desatado la organización Wikileaks, al poner al descubierto urticantes secretos de la política internacional de Estados Unidos, nos ha devuelto inevitablemente a los oscuros años de la Guerra Fría. Otra vez el espionaje deambula por el globo sin pudor, aunque esta vez solo muestra el rostro de la mayor potencia del mundo.
Sin embargo, más allá del déjà vu, lo grave es que la difusión de 250 mil documentos secretos y ultrasecretos, emanados por las embajadas estadounidenses en una treintena de naciones, pone en evidencia una práctica que transgrede la soberanía de los países aliados y no aliados de Washington.
El caso puede afectar las relaciones de EE.UU. con el resto del mundo, como ha reconocido ayer la secretaria de Estado, Hillary Clinton, al sopesar la magnitud de los cables de inteligencia filtrados por partida doble: en la web y en cinco de los periódicos más importantes del mundo. Se trata de contenidos que, de acuerdo con las leyes de libertad de información estadounidenses (FOIA), podrían haberse dado a conocer parcialmente dentro de algunos años. Recordemos que el presidente Obama, en enero del 2009, prometió una nueva política de transparencia.
Ahora, en cambio, con solo hacer un clic, cualquier persona puede acceder a información de inteligencia de los últimos diez años (aunque también hay datos de la década del 60), sobre las interioridades de gobiernos prominentes e incluso detallados diagnósticos sobre las acciones militares estadounidenses.
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