Si uno lee la mayoría de las crónicas periodísticas sobre los sucesos que tienen lugar en Egipto encuentra como factor común la frase "sin precedentes", pero para cualquiera que conozca la realidad egipcia o haya vivido un tiempo en ese país sabe que esas dos palabras no alcanzan para explicar lo imprecedente de este fenómeno.
Un amigo egipcio me decía una vez que él creció en la escuela viendo cómo el retrato del presidente Hosni Mubarak en su aula iba cambiando con los años, hasta que un día dejaron de colgar nuevas imágenes, la foto del líder paró de envejecer y se quedó congelada en el tiempo.
Su presencia sostenida desde 1981 en la vida política egipcia puede explicar la relación de Mubarak y el poder, a tal punto que para muchos egipcios es más posible "que las arenas del desierto tapen las tres Pirámides de Giza antes de que su líder deje la presidencia".
La analogía con el Antiguo Egipto no es gratuita, uno de los tantos apodos de Mubarak es "el faraón".
Por eso, a nadie sorprendió cuando empezaron a correr los rumores de que su hijo Gamal lo sucedería en la presidencia. El retrato del aula podía cambiar, el apellido no.
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