martes, marzo 08, 2011

El nuevo (des)orden árabe

El stancamiento de la revuelta en Libia no es el fin de la ola de rebeliones en el mundo árabe. ncertidumbre. Esa es la palabra que mejor caracteriza la actual situación política de Oriente Medio y del norte de África. Casi dos meses después del éxito de la revolución del jazmín en Túnez, los presagios de un incontenible efecto dominó que insuflaría a las monarquías y dictaduras árabes con aires democráticos no se han cumplido.

Si bien dos semanas de protestas callejeras tumbaron el mes pasado al ex hombre fuerte de Egipto Hosni Mubarak, los alzamientos populares en la vecina Libia están tomando un cariz más cruento que sus inmediatos antecesores y desembocando en una guerra civil. La decisión del coronel Gadafi de aferrarse al poder y contraatacar a sus opositores ha partido su territorio en dos: la capital, Trípoli, controlada por el régimen, y la franja occidental mediterránea, por las tribus rebeldes.

No obstante, el que las arenas del desierto magrebí estén trabando por ahora los engranajes del levantamiento libio no significa el fin de la ola de rebeliones en esta compleja región del mundo. Encendidas por la autoinmolación del joven tunecino Mohamed Bouazizi, a quien un policía le confiscó su carro de verduras el pasado 17 de diciembre, las multitudes de los países de esta parte del globo llevan semanas exigiendo la salida de sus dictadores y sultanes, y más empleo y participación.

Después de la euforia de la caída de los regímenes de Túnez y Egipto, la violencia en Libia es un recordatorio tanto de la heterogeneidad de esta región como del caos propio de las oleadas democratizadoras. Desde Mauritania, en África Occidental, hasta Omán, en el Océano Índico, las naciones árabes son diversas en muchos sentidos. Existen países ricos en petróleo, como los sauditas, y otros pobres, como Yemen. También dictaduras, como la argelina, y monarquías, como en Jordania y Baréin.

La excesiva atención en los elementos comunes de la región, como la población joven, la corrupción y el desempleo, lleva a olvidar las diferencias. El básico coctel de tribus, islam, sectas y militares no se compone con la misma proporción de ingredientes en Libia que en Omán, o en Marruecos que en Siria. Estas diferentes combinaciones generan a su vez disímiles arreglos institucionales, en cuanto a la solidez de la oposición, la influencia del extremismo islámico o la dependencia de Washington, por ejemplo.

Lo dicho no les resta un ápice a dos hechos revolucionarios que surgen de los dos meses y medio que llevan las protestas. El primero es la presencia constante en todos los movimientos rebeldes de llamados a la apertura democrática y a la provisión de servicios básicos y empleo. Es decir, peticiones liberales típicas y sin mayor vínculo con la religión. Sin importar el balance final de gobiernos derrocados, Al Qaeda y su mensaje del terrorismo como única salida al autoritarismo es uno de los perdedores.

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