Las palabras no bastan: ha llegado la hora de adoptar medidas concretas para evitar la matanza.
"Soy una gloria que no será abandonada por Libia, los árabes, Estados Unidos y América Latina... Revolución, revolución, que comience el ataque", dijo el autotitulado Rey de los Reyes Africanos, Decano de los Dirigentes Árabes e Imán de todos los Musulmanes, coronel Muamar el Gadafi. Esa declaración resume la reacción, extraordinariamente represiva, del régimen libio al levantamiento popular contra la dictadura de Gadafi, que ha durado cuarenta y dos años.
Pero la táctica de Gadafi lo ha dejado encerrado. De ser derrotado, le resultará difícil encontrar refugio en el extranjero, como hizo el ex presidente Zine el Abidine Ben Ali, y el exilio interior, como el actualmente concedido a Hosni Mubarak, será imposible.
Aunque la capacidad del régimen para cometer matanzas en gran escala ha disminuido, la derrota de Gadafi tendrá un gran costo en vidas humanas. En un caso extremo, el régimen podría utilizar armas químicas, como hizo Saddam Hussein contra los kurdos de Halabja, en 1988, o podría lanzar una campaña de intensos bombardeos aéreos, como hizo Hafez el Asad, de Siria, en Hama en 1982.
En ese momento, la intervención internacional sería más probable que nunca. En Libia hay un millón y medio de egipcios y muchos otros ciudadanos extranjeros, británicos entre ellos, y ahora se encuentran en una situación extraordinariamente vulnerable.
En su primer discurso durante la crisis, Saif el Islam el Gadafi, el hijo supuestamente "moderado" del coronel, se refirió a una conspiración internacional contra el régimen, con participación de egipcios, tunecinos y otros agentes extranjeros.
La respuesta del padre y del hijo ha sido la de incitar a la violencia contra los extranjeros.
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