Un mar de petróleo en manos de un tirano es, y será siempre, una pésima combinación. El coronel Muammar Khadafy nos lo recuerda día tras día mientras su régimen tambalea, se resiste y condena a la sociedad libia a un baño de sangre por una razón muy sencilla: sigue convencido de que después de 40 años en el poder merece una nueva oportunidad.
En el relato de esta enorme tragedia, tanto en las crónicas de los combates como en el análisis de los comentaristas internacionales ha quedado relegada, sin embargo, de manera comprensible, una cuestión de peso y, por lo tanto, necesaria para entender mejor el rompecabezas libio. Me refiero al significado de lo que podríamos llamar, con una dosis de benevolencia, el ideario vivo de Khadafy. Es decir, su visión política, religiosa, social y económica de la Jamahiriya , el "Estado de las Masas", verdadera razón de ser de la revolución y durante décadas modelo de exportación para autócratas, dictadores y absolutistas de cualquier geografía, dentro o fuera del continente africano.
El ADN de ese credo (de algún modo hay que llamarlo) es el Libro Verde , del cual convendría salvar alguna copia antes de que las llamas de la rebelión árabe conviertan en cenizas hasta el último ejemplar. Es comprensible que los líderes políticos y las empresas que durante años recibieron inversiones, petróleo y favores de todo tipo de Khadafy hayan priorizado siempre los negocios a la ideología en la relación que mantenían con el dictador. Para ellos, el Libro Verde , escrito entre 1975 y 1979, del que se imprimieron millones de ejemplares y fue traducido a veinte lenguas, no merecía más consideración que una remera de Bono o del Che.
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